Las cristologías que han puesto a Jesús en el centro del cristianismo son enfáticas al afirmar que cristiano no es simplemente el que confiesa con sus labios a Cristo, sino el que vive tal como él: en pasión por Dios y en compasión por toda carne que sufre. Ser cristiano es rehacer en la historia la vida, actividad, actitudes y destino de Jesús de Nazaret con el convencimiento de que eso es también bueno y salvífico para la historia. Es ir descubriendo poco a poco el significado salvador que se encierra en Jesús, irnos identificando con las actitudes fundamentales que dieron sentido a su existencia, ir adquiriendo su “estilo de vida”. Este ha sido el planteamiento de Boff, Sobrino y Pagola, entre otros.
A esta tradición que proclama la necesidad de fundamentar nuestro cristianismo en Jesús pertenece el testimonio pastoral, sacerdotal y martirial del padre Rutilio Grande. Para él, la fe cristiana consiste en seguir a Jesús. La fe en Cristo ofrece al mismo tiempo una orientación básica para el presente y para el futuro. Así lo vivió y enseñó. En el contexto de los 40 años de su martirio, queremos recoger algunas de sus enseñanzas en este sentido. Tomamos como fuente tres de sus homilías, pronunciadas en un entorno de injusticia y represión crecientes. Nos referimos a las homilías correspondientes al 6 de agosto de 1970, 15 de agosto de 1976 y 13 de febrero de 1977.
En la primera, predicada en la fiesta al Divino Salvador del Mundo, habla de Jesucristo como mediador ante Dios, palabra hecha carne y nuestro liberador. Con su estilo teológico sencillo e incisivo, recuerda que Jesús se metió de lleno en la humanidad, se adentró profundamente en todas nuestras miserias y quiso ser reconocido como el hijo del carpintero de Nazaret. “¡Me lo imagino como uno de nuestros humildes campesinos!”, concluye Grande.
Luego, al referirse a Jesucristo como palabra de Dios hecha carne, señala que si Jesús se hizo uno de nosotros fue para hablarnos en nuestro lenguaje y manifestarnos quién es Dios y qué es lo quiere de nosotros. Y a renglón seguido explica que el hijo del hombre es el altavoz del Padre, el profeta por excelencia. Es el sumo profeta, dulce y audaz, suave y áspero. Es bienaventuranza, pero también maldición (“Apártense de mí malditos, los que no vivieron con amor”); llevó su palabra por las calles y plazas, junto a los lagos y hasta los montes. Y al comentar el carácter liberador de Jesús, destaca que es el prototipo de líder auténtico (vivió siempre los postulados de la verdad que predicó), el hombre nuevo por excelencia (surgió una humanidad nueva cuyo arquetipo es Cristo); su vida y su muerte constituyen un paso decisivo para la transfiguración total de la persona y el mundo.
En la segunda homilía, pronunciada en el marco del Festival del Maíz y en un entorno de descontento popular y crisis política, una de las ideas centrales es la identidad del cristiano y su aporte a la Iglesia y al mundo. Rutilio plantea que somos cristianos solo si seguimos a Jesús, solo si los valores del Evangelio se constituyen en nuestras motivaciones internas. En esta línea, exhorta a que todo lo que salga de la parroquia debe estar guiado por las motivaciones profundas del Evangelio. Para Rutilio, el motor del caminar parroquial y del mundo nuevo que queremos debe alimentarse de la fe en Dios y en Cristo. Lo pedía confiado en la eficacia y fecundidad que tienen la fe y el Evangelio.
Finalmente, en la tercera homilía, pronunciada en una gran concentración popular en Apopa, luego del secuestro y expulsión del párroco de ese municipio, padre Mario Bernal, y en medio de un aumento de la represión contra los movimientos campesinos y eclesiales, Rutilio comenzó destacando las líneas maestras del Reino de Dios, que, a su juicio, están bien definidas, son claras y precisas. Ante todo, recuerda que todos tenemos un Padre común. En consecuencia, todos somos hijos de tal Padre, aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres. Luego, todos somos hermanos. Pero esa fraternidad es rota por Caín, al que Rutilio llama “un aborto en el plan de Dios”. Enseguida habla del amor como código del Reino. Es el amor de la fraternidad compartida que rompe y echa abajo toda clase de barreras, prejuicios, y ha de superar el odio mismo.
Al referirse al mensaje de Jesús, Rutilio indica que no solo es anuncio y denuncia del Reino y del antirreino. Cristo pone a disposición de la gente, además de su palabra profética, toda la capacidad de su persona, sus caminatas, sus cualidades, su poder de sanar. El padre Grande es consciente que llevar a la práctica estas líneas maestras del Reino tiene sus riesgos. Afirma que es peligroso ser cristiano en nuestro medio. La razón de ello es que el mundo está fundado radicalmente en el desorden, ante el cual la mera proclamación del Evangelio es subversiva. Pero para Rutilio esa realidad representa un reto: mantener el ideal de la mesa común, taburete para todos. Y Cristo en medio. En el cristianismo, según Rutilio, hay que estar dispuesto a dar la vida en servicio por un orden justo, por salvar a los demás, por los valores del Evangelio. De eso fue un testigo ejemplar.