Silencio y palabra

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Recientemente se celebró la Jornada Mundial de las Comunicaciones 2012. Esta celebración fue establecida por el Concilio Vaticano II. En el Decreto sobre los Medios de Comunicación Social (Inter Mirifica, 1963) se afirma que para vigorizar el apostolado en relación con los medios de comunicación social "debe celebrarse cada año en todas las diócesis del mundo (...) un día en el que los fieles sean formados sobre sus obligaciones en esta materia" (n. 18). Y desde 1967 se viene convocando todos los años con un mensaje del papa sobre algún aspecto importante y de actualidad en torno a la comunicación social. En esta oportunidad, Benedicto XVI ha titulado su mensaje como "Silencio y palabra: camino de evangelización". En este aborda "la relación entre silencio y palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas".

El papa reitera una de las características propias del mundo actual de las comunicaciones sociales: "La Red se está transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de las respuestas; más aún, a menudo el hombre contemporáneo es bombardeado por respuestas a interrogantes que nunca se ha planteado, y a necesidades que no siente". En todo caso, el papa constata que en la nueva sociedad los diversos sitios y redes pueden ayudar a los hombres y mujeres de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica interrogación y comunicación. Podemos decir que se han convertido, de hecho, en verdaderos espacios para hacer sentir la palabra.

Las redes sociales han contribuido a que esas voces proliferen a gran velocidad. El número de usuarios ha explosionado a escala mundial: 60 millones en MySpace, 175 millones en Twitter, 640 millones en Facebook. Todos los meses se hacen en el mundo 970 millones de visitas únicas a Google, 633 millones a Yahoo, 400 millones a Wikipedia, 370 millones a Zynga. Todos los días, alrededor de 100,000 nuevos blogs vienen a sumarse a los 250 millones que ya existen. Estas cifras indican que las redes se están convirtiendo en un recurso mundial accesible para el público, a tal grado que se afirma que estamos pasando "de los medios de masas a la masa de medios".

No obstante, si bien esa proliferación de la palabra es, en principio, positiva, el papa advierte que "allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial (...) Nos ayuda a valorar y analizar los mensajes (...) Es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de ecosistema que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos". Del silencio —enfatiza el pontífice— brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha. El silencio como condición para el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos es expuesto magistralmente en uno de los cuentos de Anthony de Mello.

Lo resumimos en las siguientes líneas: "Rara vez era el Maestro tan elocuente como cuando prevenía contra el hechizo de las palabras: ‘¡Cuidado con las palabras, solía decir’. ‘En cuanto te descuidas, adquieren vida propia: te deslumbran, te hipnotizan, te aterrorizan..., te hacen perder de vista la realidad que representan y te hacen creer que son reales. (...) Cuando se silencian palabras y pensamientos, el Universo —real, entero y uno— se muestra en todo su esplendor, y las palabras son lo que deben ser: la partitura, no la música; el menú, no la comida; el poste indicador, no el final del viaje’".

¿Por qué, pues, el silencio debe ser parte integrante de la comunicación? Desde la perspectiva del papa, porque sin el silencio no existen palabras con densidad de contenido; en él escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento; comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos; callando se permite hablar a la persona que tenemos delante; y a nosotros nos capacita para no aferrarnos solo a nuestras palabras o ideas sin una oportuna ponderación.

Para el papa, silencio y palabra son dos elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa. Cuando se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando se integran mutuamente, la comunicación adquiere valor y significado. Un ejemplo cercano a nosotros de esta unidad de silencio y palabra fue monseñor Romero. El teólogo Jon Sobrino suele decir "que monseñor devolvió el valor a la palabra tan silenciada, tergiversada y manipulada. Hizo de la palabra lo que debe ser: expresión de la realidad. Los dolores y esperanzas cotidianas, ignorados y tergiversados en los medios de comunicación social, tomaban la palabra en su predicación".

Dicho en el espíritu del mensaje papal, las preguntas últimas de la existencia humana (¿quién soy?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar?) emergieron en el caso de monseñor Romero desde la vida amenazada y negada para las mayorías pobres. Y en el silencio de sus ejercicios espirituales expresó su deseo de que Dios se hiciese presente a través de su palabra de pastor: "Yo le he pedido mucho al Señor que esta pobre palabra (...) sea una palabra que no lleve la elocuencia ni la sabiduría de un hombre, que se pierda mi persona y mi acento". Silencio y palabra fueron en monseñor Romero no solo elementos esenciales de su acción comunicativa, sino sus aliados en la búsqueda de la verdad frente a la mentira y el encubrimiento. Aspecto enfatizado por el papa en su mensaje cuando afirma que el ser humano no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio de opiniones escépticas: todos debemos buscar la verdad, sobre todo en este tiempo en el que "cuando se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales".

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