Como sabemos, el Jubileo Extraordinario de la Misericordia llegó a su término, pero el espíritu y el propósito del mismo siguen vigentes. En el documento de convocatoria, el papa Francisco afirmaba que este sería un tiempo para reflexionar y poner en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales. Un tiempo “para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”. Y en la carta apostólica Misericordia y paz, en la que el obispo de Roma hace una larga reflexión-evaluación sobre lo que ha significado el año jubilar, afirma que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia. Como signo emblemático de ello, menciona el hecho de que comunidades, familias y personas creyentes han vuelto a descubrir la alegría de compartir y la belleza de la solidaridad.
Ahora bien, concluido este Jubileo, en la carta del papa se habla de la necesidad de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia. Este mirar hacia el futuro pasa, en primer lugar, por encarar honradamente la realidad en la que se encuentra una buena parte de la humanidad. Las entrañas de misericordia nos sitúan en ese mundo para encargarnos de él. Esto lo destaca el pontífice cuando habla de las realidades que exigen actuaciones personales y estructurales animadas por la misericordia. Menciona un conjunto de hechos y problemáticas que se constituyen en retos ineludibles. El cuadro que describe es ciertamente grave:
Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada para comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimiento que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en los que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas.
Frente a una sociedad que funciona de manera inmisericorde, Francisco sostiene que la Iglesia debe estar siempre atenta y dispuesta a descubrir nuevas obras de misericordia. En este sentido, acentúa el carácter social de dicha obras, que obliga a que los planes y proyectos con perspectivas estructurales contribuyan de manera concreta a que la justicia y una vida digna sean posibles. Recuerda también que estamos llamados a hacer que crezca una cultura basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás; una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos.
En el plano de las acciones simbólicas, el papa menciona dos de carácter fundamental para la fe cristiana. Sugiere, en primer término, que cada comunidad, en un domingo del año litúrgico, renueve su compromiso en favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Sagrada Escritura. Se trata de “un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo”.
Otra actividad distintiva es la celebración, en el marco de la solemnidad de Jesucristo Rey, de la Jornada Mundial de los Pobres. Para el papa, esta será la preparación más adecuada para vivir esta solemnidad, donde se habla de un Rey que, identificado con los pequeños y los pobres, nos juzgará a partir de las obras de misericordia. Se trata de una jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar sobre cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho de que mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa, no habrá justicia ni paz social.
En resumen, aunque el año jubilar terminó, este sigue siendo el tiempo de la misericordia. Al menos por tres razones. La primera y sustancial: porque el modo de ser del Dios de Jesús, su carné de identidad, es ser misericordioso. La segunda: porque el mensaje proclamado y vivido por Jesús fue “ser compasivos como el padre Dios”. Finalmente, sin duda que la humanidad necesita de misericordia como camino de humanización. En esta línea se afirma que la salvación de la humanidad está en ayudar a los excluidos del mundo a vivir una vida más humana y digna. La perdición, por el contrario, está en la indiferencia ante el sufrimiento.
Dicho con palabras del papa Francisco:
Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios […]. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre.