"Fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo que se desea". Esa es la definición de conjuro que se encuentra en el diccionario y que ahora, a poco menos de un año para ir a las urnas a elegir otro presidente, resulta útil para reflexionar sobre lo que está sucediendo en la cancha de la política partidista. Una cancha en la que se consumó el cambio que tanto sonó en la campaña electoral de hace cinco años: quienes estaban en la oposición pasaron al Gobierno y quienes estaban en el Gobierno pasaron a la oposición. Así, nada más; un simple cambio de cancha. Pero siguen jugando igual: aparentando respetar las reglas del juego, pero, en la práctica, violándolas a cada rato y creyendo que con sus retóricas declaraciones tranquilizan al público que los observa.
Un equipo dice que juega sucio porque su rival así lo hizo antes; mientras el otro reclama a los árbitros por las marrullerías de aquel, hoy en día. El caso es que siguen ofreciendo un espectáculo poco o nada brillante. El problema es que en esa liga no aparecen otros jugadores, al menos por el momento. Y los que amenazan con entrar en el torneo para ganarlo en serio o como relleno, también tienen lo suyo. Pero en esta ocasión, para no enredar las cosas, mejor analizar solo a uno: Alianza Republicana Nacionalista, mejor conocido como Arena.
Hoy denuncia anomalías, arbitrariedades, madrugones legislativos, despilfarro y demás por parte del FMLN, muchas veces con sobrada razón. Y su adversario, en Casa Presidencial o desde la propia sede, se defiende alegando que lo mismo hizo antes Arena. Frente a esa pobre exhibición, la gente sabe que el fraude y la perversión siempre lo serán sin importar quién los cometa. Nunca es tarde para cambiar, pero no en función de lograr que regresen a Arena aquellos afiliados que —pretendiendo ser más "vivos" y no más decentes— se pusieron otra casaca. Nada de eso. Se trata de cambiar de verdad en aras de atraer nuevos seguidores; para ello es necesario el dichoso conjuro.
La estrategia sugerida es una: comenzar a reducir la desigualdad, la violencia y la impunidad en el país. Para lo primero, Ignacio Ellacuría conceptualizó lo que llamó la "civilización de la pobreza"; no se trata de desmejorar a todo el mundo, sino de dejar de tener la riqueza como el ideal supremo. Para creer en la seriedad de sus reiteradas críticas y denuncias lanzadas contra su contendiente, Arena debería proponer y trabajar en serio por alcanzar —en palabras del rector mártir— "un ordenamiento económico apoyado en y dirigido directa e inmediatamente a la satisfacción de las necesidades básicas de todos los hombres [...] no como migajas caídas de la mesa de los ricos, sino como parte principal de la mesa de la humanidad".
En cuanto a lo segundo, el partido, que se rasga las vestiduras frente a un Gobierno al que tilda de incapaz, debería tener iniciativa y tomarle la palabra a Mauricio Funes en al menos dos asuntos. Arena debería apoyar la propuesta de Funes sobre el impuesto para la seguridad, exigiendo el diseño y desarrollo de una política estatal eficaz que no se base en una tregua entre pandillas. Asimismo, podría pedir al actual inquilino de Casa Presidencial que dé a conocer los resultados de aquellas reuniones realizadas entre abril y agosto del año pasado, cuando buscaba alcanzar un acuerdo nacional por el empleo y la seguridad. ¿Qué pasó? ¿En qué quedaron? ¿Solo fue llamarada de tuza, como en otras ocasiones?
Por último, para ser creíble, Arena tendría que acompañar sus quejas por los desaciertos de la administración Funes y del FMLN con hechos concretos en lo relativo al combate de la impunidad. ¿Qué tal si abre al escrutinio público y oficial sus cuatro Gobiernos, para que caiga todo el peso de la ley sobre quienes se compruebe que se enriquecieron a manos llenas, a costa de la desgracia de las mayorías populares? ¿Qué tal si apoya la extradición a España de Inocente Montano, el coronel retirado, mentiroso y violador de derechos humanos?
¿Qué tal si Arena le demanda al jefe de Estado que cumpla sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos, sobre todo las deudas pendientes con el sistema interamericano? Podría exigirle que se investigue, juzgue y castigue a todos los responsables en los casos del magnicidio de monseñor Romero, la masacre en la UCA, la matanza en El Mozote y el asesinato de Ramón Mauricio García Prieto, entre otros; también que derogue o anule la amnistía que, durante casi dos décadas, ha impedido democratizar la justicia. Si alega que a él no le toca investigar y que la institución que debería hacerlo (la Fiscalía) no lo hace, ¿Arena le pediría a Mauricio Funes que solicite el antejuicio del Fiscal General por el delito de omisión en la investigación? ¿Lo animaría a que use su iniciativa de ley para atacar la amnistía? ¿Acompañaría una propuesta de ley desde las víctimas para superar ese obstáculo que impide conocer la verdad, hacer justicia y emprender una reparación integral?
La credibilidad que Arena necesita no la alcanzará solo con una democratización interna ni con el nombramiento de un "académico" de "fuera" para completar su fórmula presidencial. El conjuro, el exorcismo o la "limpia" que le urge a ese partido para ser coherente con lo que hoy pide (transparencia, cumplimiento de la ley, respeto al Estado de derecho, funcionamiento de las instituciones, participación ciudadana) y para hacer verosímil lo de su modernización, pasa por ofrecer hechos y no palabras. Pasa por dar pruebas de su compromiso con el bien común.