Una cuestión de credibilidad

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Rodolfo Cardenal
21/10/2021

La cuenta presidencial en Twitter tuvo un domingo muy agitado. Entró en actividad antes de que la protesta comenzara a desplazarse por las calles. Los retenes policiales y militares en las vías de acceso no lograron reducir a la insignificancia la afluencia de manifestantes. Simultáneamente, el pajarito presidencial y sus repetidores reiteraron las descalificaciones de la marcha anterior: ancianos arrastrados a la fuerza y menores expuestos a la violencia y a la covid; activistas de Arena y del FMLN; escándalo farisaico por un par de incidentes sin consecuencias. Desafiante, el mandatario exigió “una tan sola imagen aérea que muestre la plaza llena”, mientras prometía demostrar, cuando pase la pandemia, “cómo se llenan las plazas”. Ni los retenes, ni la patética actividad tuitera del oficialismo consiguieron ridiculizar la multitudinaria marcha. Ni siquiera le ganó el pulso en las redes, una de sus supuestas fortalezas. La actividad opositora superó con creces al oficialismo.

Mientras las redes oficialistas arrojaban despropósitos, la protesta discurrió alegre y burlona por las calles. La variedad de los manifestantes muestra cómo Bukele ha conseguido unir a diferentes sectores sociales con intereses diversos en contra suya. Todos esos intereses tienen su razón de ser y todos tienen cabida en la protesta contra el régimen autoritario. El movimiento es estrictamente social. En él no figuran los partidos políticos, para contrariedad de Bukele, empeñado en atribuir las protestas a Arena y al FMLN. Tampoco el capital, que guarda distancia, para tranquilidad de Bukele. La calle no solo le arrebató el discurso sobre la corrupción, sino que se lo devolvió y lo acusó de corrupto. Asimismo, lo ha despojado de la pomposa solemnidad con la que se presenta en público, al repudiarlo por traidor, falso, mentiroso, consentido y narcisista.

Los manifestantes retomaron las descalificaciones que Bukele les lanzó a raíz de la protesta del 15 de septiembre y se las devolvieron. Dejaron claro que marchaban no por coacción externa indebida, sino por la obligación de luchar contra la corrupción y la dictadura, y a favor de la democracia y el respeto a los derechos humanos. Incluso por amor al país. La influencia de la jefa de los asesores venezolanos no faltó a esta segunda cita. En esta ocasión, Bukele fue exhibido como su títere y las mujeres reclamaron para ellas la misma estabilidad laboral de la venezolana. El catalizador de la diversidad de intereses de los manifestantes es acabar con el dictador y su dictadura. Los descontentos han perdido el respeto y el miedo a Bukele, tal como rezaba uno de los carteles: “No te tengo miedo Bukele”.

Este ha captado el mensaje y resiente la ingratitud de quienes no aprecian éxitos como la vacunación. Aparentemente desconcertado, exclamó: “Nunca entenderé por qué los manifestantes odian tanto al pueblo que dicen defender”. A pesar de sus sistemáticas mediciones de la opinión pública, Bukele es incapaz de captar el sentir de la calle. No se trata de odio, sino de repudio. El rechazado no es el pueblo, sino él, que se identifica cínicamente con aquel para ocultar la inercia, la ineficiencia y la incompetencia de su gestión. Los manifestantes son también pueblo. Un pueblo defraudado y enojado. La fuerza de su protesta comienza a revelar a Bukele que la mayoría del sufragio no basta para gobernar.

Si el tuiteo presidencial pretendía quebrantar la determinación de los manifestantes, no lo consiguió. Lo único que logró fue dar la nota al coro oficialista que, obediente, se alineó con el presidente; la alcaldía de la capital más que nadie. Esta lamentó haber dedicado un centenar de trabajadores a limpiar los desechos dejados por los manifestantes, pero ilustró su reclamo con obreros barriendo hojas secas. Al parecer, pues, los árboles concurrieron también a la movilización. Si alguien hace el ridículo, ese es el oficialismo que, nervioso, constata cómo pierde terreno.

“El dictador más cool del mundo mundial” se vuelve cada vez más uncool. Discursos tan rentables como el de la corrupción y las grandes obras de infraestructura pierden credibilidad. La protesta no fracasó, como Bukele pregonó; tampoco maltrató a “nuestra gente humilde”. El único maltratado e irrespetado por la ironía popular ha sido él, y por derivación, su jefa venezolana. La descalificación en las redes oficialistas no consigue contrarrestar un descontento que tiende a crecer. Las marchas muestran cómo se agranda la fractura en la popularidad del régimen de los Bukele. La protesta es cada vez más numerosa, más decidida y más irrespetuosa.

Una de las mayores debilidades del régimen personalista y autoritario es la credibilidad. En la medida en que la pierda, se pierde. La unicidad del supremo lo vuelve irremplazable y la institucionalidad no puede acudir en su auxilio, porque ha sido sacrificada en aras del autoritarismo. El régimen de los Bukele ha comenzado a perder credibilidad en grado significativo. Así lo anunció agresivamente un manifestante: “La rata que gobierna no nos representa”.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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