En junio se celebra el Día del Padre, y es esta una ocasión propicia para reflexionar sobre el valor de su figura, independientemente de los modelos o estereotipos de padre que pueden predominar en una sociedad determinada. La experiencia enseña que la ausencia del padre en el seno familiar provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares. En circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde domina el fenómeno del machismo, es causa al menos de violencia intrafamiliar. Si a esto sumamos la irresponsabilidad paterna, tenemos una imagen del padre bastante deteriorada. De acá la necesidad de rescatar el valor de su figura y proyectarla hacia una de las instituciones más importantes de la humanidad: la familia.
Erich Fromm sostiene que la figura del padre tiene una connotación simbólica distinta a la de la madre: esta suele representar al hogar, la naturaleza, el suelo, el océano; el padre, en cambio, no denota un ámbito natural, sino más bien el otro polo de la existencia humana: el mundo del pensamiento, la ley y el orden, la disciplina. El padre es el que enseña al hijo o a la hija el camino hacia al mundo. Cuando falta este referente o hay una presencia negativa, se producen problemas relacionados con la identidad, el sentido de protección, el concepto y ejercicio de autoridad, la responsabilidad ciudadana, la formación del talante del futuro padre, etc.
Leonardo Boff, en su libro San José, la personificación del padre, afirma que el padre es el modelo simbólico de la disciplina, el derecho, el deber, la autoridad y los límites que deben establecerse en la convivencia social. De ahí que es responsabilidad del padre hacer que el hijo comprenda que la vida no es solo cariño, sino también trabajo; no solo bondad, sino también conflicto; no solo éxito, sino también fracaso; no solo ganancias, sino también pérdidas. A esto se le suele llamar el principio antropológico del padre (patrón ejemplar), que es distinto a los modelos históricos concretos que puede tomar ese rol; el modelo patriarcal, con sus fuertes rasgos de autoritarismo, es una de esas concreciones históricas.
Ahora bien, cuando el padre está ausente de la familia o hay solo familia materna —sostiene Boff— los hijos parecen mutilados, pues se muestran inseguros e incapaces de definir un proyecto de vida. Tienen, además, una enorme dificultad para aceptar el principio de autoridad y la existencia de límites; viven un conflicto permanente entre el padre arquetípico (fuente ejemplar), que funciona como puente para el mundo social, y la madre concreta con quien viven y que representa el hogar, el cariño y la intimidad.
En otras palabras, a la figura del padre se asocia la función de ser puente entre la familia y la sociedad. Para ello nada mejor que educar en la co-responsabilidad, haciendo participar a los hijos e hijas de las dificultades y necesidades de la familia. La mejor educación no es aquella que funciona según la dinámica de la comodidad, o la satisfacción del capricho, o la superprotección ante las adversidades, sino aquella que hace a los sujetos capaces de ser libremente responsables ante las diversas situaciones de la vida. La mejor educación no consiste en la mayor ocultación de las realidades difíciles o negativas de la vida, sino en la capacitación para sumirlas tomando en serio la propia condición humana.
La figura del padre, pues, puede y debe ayudar a los hijos e hijas a cumplir con los compromisos y con la palabra dada; a aceptar los resultados de sus acciones y ser responsables con lo que se recibe como encargo; a ganar la confianza de los demás por su proceder honrado; a ser constantes en la lucha y superación de los obstáculos; a saber tomar decisiones propias; a saber aceptar el sacrificio, las pruebas y fracasos; a superar la comodidad, el conformismo o la cobardía. Como se ve, el rol del padre va mucho más allá de la supuesta y tradicional función de proveer, que es la que suele destacarse en la festividad que sirve de punto de partida a este comentario. Quizás cuando descubramos la importancia de ser padre, optemos por transformar la presencia autoritaria y machista del mismo, y por cultivar su función humanizadora: dando libertad y exigiendo responsabilidad.