El Cipitío, la Siguanaba, las pupusas, los tamales y otros platos típicos, la selección de fútbol y las fiestas patronales son algunos elementos de la identidad salvadoreña. De la mayoría de estos, la gente se enorgullece, pero hay otros que no siempre se miran con buenos ojos.
Es usual, por ejemplo, que el término "indio" se utilice para ofender a alguien. Algunas personas asocian lo indígena a características como la ignorancia, la necedad o la superstición. Eso es injusto para esta población y para la sociedad, porque el color de la piel, la estatura, los contornos faciales y otros rasgos físicos no engañan, están en los genes salvadoreños por más que se reniegue de ellos.
Y es que durante siglos se ha construido este concepto negativo, y la represión a la que fue sometida la población indígena lo ha reforzado. Las y los indígenas salvadoreños tienen un pasado lleno de masacres y despojos.
A diferencia de otros países vecinos, en los que aún se les ve con sus coloridas vestimentas y hablan su idioma, en El Salvador tuvieron que esconderse para sobrevivir. El genocidio de 1932 provocó que se invisibilizara a las poblaciones indígenas. Aquí, lejos de declarar la multiculturalidad de la nación, se ha negado su existencia.
En la administración del ex presidente Antonio Saca, los funcionarios gubernamentales le aseguraron al Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas que la sociedad salvadoreña era étnicamente homogénea. Remataron diciendo que por la inexistencia de indígenas no había discriminación y que, por lo tanto, no era necesario tomar medidas sociales, culturales y económicas para combatirla. Fueron fieles a la costumbre de los gobiernos areneros de hacer el ridículo en los organismos internacionales.
El Comité expresó su preocupación por tales afirmaciones, pero también porque el país no había ratificado el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo y porque los indígenas salvadoreños estaban en situación de vulnerabilidad, sin tierras para cultivar y sin agua potable, además de su escasa participación en el Gobierno y en los asuntos públicos.
Por ello, el Comité le pidió al Estado que en el próximo informe periódico facilitara datos estadísticos en los que figurara la composición étnica, que definiera la discriminación racial en su legislación, que tomara medidas de todo tipo para prevenirla, que ratificara el Convenio 169 y que les garantizara a los y las indígenas el acceso y participación a lo que hasta hoy les ha sido negado.
El próximo informe lo presentará la administración del presidente Mauricio Funes, quien en campaña y en su plan de gobierno se comprometió con varias de estas exigencias, con la protección de sus manifestaciones artísticas, y con la investigación, divulgación, protección y práctica de su cultura tangible e intangible.
El pasado 9 de agosto se celebró el Día internacional de los Pueblos Indígenas, por lo que es una buena ocasión para que el mandatario recuerde sus compromisos y los cumpla. Asimismo, debe honrarse la deuda histórica, y eso requiere que se investiguen masacres como la de 1932, que obligó a los y las indígenas a esconderse. Hasta ahora, eso ni se ha promovido desde el Ejecutivo, ni se ha realizado desde las instituciones pertinentes.
Por las venas de los salvadoreños y las salvadoreñas corre sangre indígena. Recobrar el orgullo por esa identidad sigue siendo una deuda histórica.