La democracia es mucho más que elegir a las autoridades cada cierto tiempo. La democracia es un sistema político, pero es, sobre todo, un modo de entender las relaciones sociales. Es un estilo de convivencia entre seres humanos que se respetan y que se reconocen con igual dignidad, iguales derechos e iguales deberes. Entender así la democracia supone un conjunto de valores éticos, que deben ser fomentados y practicados. Los valores democráticos se sustentan en tres principios fundamentales: la igual dignidad de todos los seres humanos, la libertad intrínseca a toda persona y la fraternidad.
Para que una sociedad sea verdaderamente democrática, esto es, para que no solo tenga un sistema político que se denomine democrático, debe vivir esos valores como actitudes fundamentales en todos los órdenes de la vida. Los valores democráticos deben practicarse a diario en el trabajo, en la escuela, en la calle. Allí donde haya dos personas interactuando, allí se muestra y practica la democracia o la antidemocracia. En este sentido, una sociedad democrática es aquella que ha aprendido a valorar la estabilidad, la paz, la legalidad, la necesidad de autolimitación, de cooperación y de tolerancia entre todos sus miembros. Un aprendizaje que lleva a reconocer que todos tienen derechos y obligaciones recíprocos, a asumir el valor de la pluralidad y la diversidad, así como a renunciar a dogmas y maniqueísmos políticos e ideológicos. El respeto al prójimo y el convencimiento de que la libertad de cada uno termina donde inicia la del otro son aspectos esenciales del sentir, pensar y hacer democrático.
En El Salvador falta mucho para vivir democráticamente, porque no hemos aprendido los principios, los valores, ni las actitudes fundamentales de la democracia. Nos hemos quedado en la mera formalidad de elegir periódicamente a nuestras autoridades; autoridades que en la mayoría de las ocasiones actúan como verdaderos dictadores. Y de esto hemos tenido muestras recientemente. Las amenazas del presidente de la Asamblea Legislativa, Sigfrido Reyes, a la Sala de lo Constitucional; la decisión del presidente Mauricio Funes de rechazar todas las ternas elaboradas por la sociedad civil para la elección de los comisionados del Instituto de Información Pública; y los despidos injustificados de funcionarios en las alcaldías por el cambio del partido al frente de los nuevos concejos... son todos ejemplos claros de actitudes y acciones antidemocráticas a las que desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados.
Ciertamente, muchos de los políticos salvadoreños, sean de derecha o de izquierda, no viven ni están interesados en esos valores democráticos. Y basta observar cómo varía la opinión y la acción dependiendo de la posición que se va ocupando. Así, no se actúa igual cuando se está en el poder que cuando se está en la oposición. Arena, que durante los 20 años que ostentó el poder gobernó autoritariamente, se ha convertido desde la oposición en abanderado del control democrático del Gobierno por parte de la sociedad. Hoy que está en la oposición exige al Ejecutivo la transparencia que sus funcionarios siempre evitaron y bloquearon. Lo mismo ocurre con el FMLN: durante sus años de oposición, defendió la democracia y el control sobre los gobernantes, pero hoy no acepta ese control y ha olvidado muchos valores democráticos por los que abogó con tesón en el pasado reciente.
No sería justo, sin embargo, afirmar que nuestros males antidemocráticos provienen solamente de la clase política. Es la sociedad misma la que está falta de valores democráticos. Cuando surge un conflicto, en lugar de buscar resolverlo por la vía del diálogo, se intenta en primera instancia resolverlo por la fuerza o con abuso de poder. Los gobernantes se imponen sobre los gobernados, los padres se imponen sobre los hijos, los mayores sobre los menores, el patrón sobre el empleado, el hombre sobre la mujer... y así una lista interminable.
Fácilmente se convierte en enemigo al que piensa distinto; y cuando se tienen intereses contrapuestos, se forman bandos irreconciliables que solo buscan aplastar o aniquilar al contrario. Lo que se aprende desde muy pronto es que el que tiene más poder logra imponerse y defender sus intereses. Bien dice el dicho popular que "el que tiene más galillo traga más pinol". Construir una democracia supone fomentar en la sociedad el conocimiento y la práctica de los principios y valores democráticos. En El Salvador, es urgente iniciar esta tarea para salir de la polarización en la que nos encontramos y para garantizar que en el futuro tengamos políticos que en verdad actúen con talante democrático.