Víctimas del suicidio

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Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se suicidan casi un millón de personas en todo el mundo, lo que significa una muerte cada 40 segundos. De esta forma, el suicidio figura entre las 20 causas de deceso más frecuentes y suma más víctimas que las que dejan las guerras y los homicidios. En promedio, cada día casi 3 mil personas ponen fin a su vida y al menos 20 intentan suicidarse por cada una que lo consigue. El número de suicidios es tres veces superior en los varones que en las mujeres, pero los intentos son más frecuentes en ellas, aunque no logran consumarlo debido a que tienden a utilizar métodos menos violentos.

En nuestro país, según reporta el Instituto Salvadoreño de Medicina Legal, de enero a la primera quincena de septiembre del presente año se registran 365 suicidios; y la edad del mayor número de víctimas de esta decisión fatal oscila entre los 20 y los 29 años, seguida de personas entre 10 y 19 años, y entre 30 y 39. De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), El Salvador ocupa el tercer lugar de la tasa de suicidios de Latinoamérica, con un promedio de 10 suicidios por cada 100 mil habitantes; y solo está por debajo de Cuba y Uruguay, primero y segundo lugar, respectivamente, donde la mortalidad por suicidios alcanza entre el 11 y el 11.5 por cada 100 mil habitantes. La tasa de mortalidad a nivel mundial es de 16 por cada 100 mil habitantes.

Es clásica la distinción de tres tipos de suicidio propuesta por Émile Durkheim, de acuerdo a las causas que lo generan. El sociólogo francés distingue entre el suicidio egoísta, que se realiza en situaciones de un culto exagerado al propio yo y que viene acompañado por una falta de integración del individuo en su entorno social; el altruista, que se sitúa en el polo contrario, como consecuencia de una excesiva integración social y en la que el yo se ofrece como sacrificio, como un acto de virtud; y el anómico, que tiene lugar con motivo de las crisis sociales y económicas, que producen en el individuo un desequilibrio entre sus aspiraciones y sus logros, al no saber ya a qué puede aspirar y en qué límites ha de mantenerse.

Este planteamiento predominantemente sociológico contrasta con los psicológicos, psicoanalíticos y psiquiátricos, que consideran el suicidio como síntoma de una enfermedad mental, o bien como el resultado de una situación conflictiva o de emergencia, o bien como una manifestación de la tendencia a la autodestrucción. En todo caso, el aporte teórico ha contribuido a superar las posturas simplistas que consideraban al suicida, de forma general, como único responsable de su acción o, peor aún, como un simple demente. Por lo general, las causas para tomar tal decisión son complejas e involucran factores biológicos, psicológicos y sociales. Con frecuencia están relacionadas con la falta de solución ante problemas graves, la huida ante determinadas tareas y responsabilidades, la "muerte social" en los jubilados y ancianos, la existencia de problemas interpersonales insolubles, la sensación de ser una carga para otros, el deseo de pedir una atención y ayuda que no se están recibiendo. El suicidio depresivo es el más frecuente de todos. La persona se siente fracasada, sin fuerzas para asumir las dificultades de su propia vida.

Frente a esta realidad, la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio, en colaboración con la OMS, instituyó el 10 de septiembre como el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, con el propósito de llamar la atención sobre esta problemática y alentar a la adopción de medidas preventivas a nivel mundial. Estas son de tres tipos. En primer lugar, la prevención general, que es el conjunto de medidas de apoyo o sostén psicológico, social e institucional que contribuyen a que los ciudadanos estén en mejores condiciones de manejar las crisis vitales y mitigar los daños que estas pudieran ocasionarles. La segunda es la prevención indirecta, conformada por el conjunto de medidas encaminadas a tratar los trastornos mentales y de comportamiento, las enfermedades físicas que conllevan suicidio, la reducción del acceso a los métodos mediante los cuales las personas se pueden autolesionar, etc. Y, finalmente, la prevención directa, constituida por aquellas medidas que ayudan a abortar o resolver el proceso suicida mediante soluciones no autodestructivas.

Para los organismos internacionales, cada país debe garantizar, en mayor o menor medida, la prevención general del suicidio. Cada país, mediante su sistema hospitalario, debe posibilitar el acceso a los servicios de salud mental que requieran los ciudadanos. En cada país, las personas en situación de crisis suicida deben ser tratadas por diversos grupos de profesionales: psicólogos, psiquiatras, médicos de familia, médicos generales, voluntarios entrenados y terapeutas. Pero esto tiene como condición previa una labor mundial de concienciación de que el suicidio es una de las grandes causas prevenibles de muerte prematura; por tanto, los Gobiernos deben elaborar estrategias nacionales de prevención.

En El Salvador, si bien se cuenta con un Programa Nacional de Salud Mental, orientado a la prevención, curación y rehabilitación de la salud mental a través de tratamientos especializados, la tendencia generalizada ha sido atender con un enfoque individual a los pacientes hasta que su patología psíquica se agudiza. Los enfoques preventivos no tienen asignado el presupuesto necesario, a pesar de que se reconoce la alta vulnerabilidad de la salud mental de los salvadoreños provocada por un contexto de violencia, desempleo, emigración y exclusión social.

Ahora bien, hay algo fundamental que no debemos dar por sentado al momento de la búsqueda de soluciones a este problema. El enfoque preventivo sobre el suicidio debe estar acompañado por una ética de la compasión a la que todos debemos aspirar porque es necesaria y urgente. En este sentido, finalizamos citando a uno de los principales promotores de esa ética, el Dalai Lama, quien nos ha recordado con insistencia que la compasión solidaria tiene por fundamento el hecho de que todos formamos parte de una sola familia: la humana.

Dice: "Debemos llegar a comprender que los otros son también parte de nuestra sociedad. Podemos pensar en nuestra sociedad como en un cuerpo compuesto de brazos y piernas. No hay duda de que el brazo es diferente a la pierna; sin embargo, si le sucede algo al pie, es la mano la que irá en su ayuda. De la misma forma, cuando parte de la sociedad sufre, la otra parte debe ayudarla. ¿Por qué? Porque también forma parte del cuerpo, es parte de nosotros".

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Anónimo
18/09/2012
13:02 pm
bueno yo pienso que el tema de suicidios es inclina mas por la mala situación económica que se vive en nuestro país, en mi caso personal me a ocurrido que he estado en situaciones extremas de desesperación, que me han llevado a pensar en todo tipo de solución, espero que se creen instituciones que ayuden a personas en este tipo de estados de animo....
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