Desinformación en El Salvador: un desafío para la democracia y el pensamiento crítico

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Kellys Portillo
27/10/2025
Karla Ramos, académica del Departamento de Comunicaciones y Cultura. Fotografía: Dirección de Comunicaciones.  


Desde su experiencia como académica del Departamento de Comunicaciones y Cultura y coordinadora del Laboratorio de Alfabetización Mediática e Informacional, Karla Ramos cuenta cómo la desinformación se difunde en El Salvador e impacta en la opinión pública.
 


¿Qué se entiende por desinformación?
 

Se puede definir como la acción de crear y difundir información con fines como manipular, establecer una agenda mediática y debilitar los procesos democráticos.  


¿Cuáles son los elementos sociales que interactúan en este proceso?
 

Entre los elementos sociales está la instauración del autoritarismo. El Salvador, según índices internacionales de 2025, está categorizado como una autocracia electoral, a diferencia de 2021, cuando estábamos en un régimen más híbrido. ¿Qué significa eso? Que la desinformación se convierte en un factor de control. Ayuda a debilitar las instituciones y afecta el desarrollo y la aplicación de derechos fundamentales como la libertad de expresión. Este derecho se ha agotado. Se ha exiliado la opinión disidente y crítica, e incluso el periodismo, que ya es perseguido.  


¿Cuáles son los principales agentes de desinformación en el país?
 

De acuerdo con nuestras investigaciones y también la de organismos internacionales, los principales desinformadores son los actores gubernamentales. Ellos utilizan distintas estrategias, como una cámara de resonancia, una maquinaria propagandística y un grupo de net centers, mejor conocidos como troles. Es una estrategia muy sofisticada que posiciona las narrativas gubernamentales, es decir, que establece la agenda mediática, lo que ellos quieren que la sociedad discuta. Esto limita la visión del resto de la realidad. 

Por ejemplo, se habla mucho de la seguridad, lo cual es cierto, especialmente en zonas que antes estaban controladas por pandillas. Ahí el concepto de seguridad se ha resignificado. Pero esta narrativa impide ver otras realidades como la seguridad financiera, el endeudamiento del país y cómo se están comprometiendo fondos públicos.  


¿Qué otros métodos utilizan estos agentes?
 

Hemos observado el uso de sitios web anónimos, cuentas falsas, influencers y microinfluencers. Justamente este año terminamos un estudio […] que revela que la población se informa a través de redes sociales e influencers. Toda estrategia mediática los utiliza. Según los datos, se consumen más que los periódicos digitales, que están en un segundo nivel. 

Otra estrategia es segmentar a los públicos. Esto aplica especialmente a jóvenes y personas con acceso a tecnologías de información. Nuestros datos indican que más del 95% de la población está conectada, aunque en zonas urbanas más que en rurales. 

También escogen medios. Los medios análogos, como el periódico y la radio, siguen siendo importantes. Aunque muchos creen que ya no se consumen, sí se consumen. En esos segmentos de la población todavía hay consumo de noticias a través de medios analógicos.  


¿En qué red social se desinforma más?
 

En todas las redes. Este año, por ejemplo, el 66% de las personas que consultamos en un estudio que estamos realizando dijo que había consumido noticias falsas. Y lo hicieron principalmente a través de redes sociales.   

Una de las estrategias de desinformación utilizadas por los actores, especialmente los gubernamentales, es publicar en X, y luego amplificar ese contenido a través de sus cajas de resonancia: cuentas que repiten, retuitean o repostean. Así se comparte en otros medios y se amplía el alcance.  

Pero ¿qué hacen las personas con esa información?, ¿la contrastan? Ellos dicen que sí, pero hay otro porcentaje que no lo hace. Y si le agregamos el elemento de si pueden identificar si esa información fue generada con inteligencia artificial, más del 50% dice que no sabe cómo hacerlo. Esto también es un indicio del nivel de alfabetización mediática que tiene nuestra sociedad, que es bastante limitado. 


¿Cómo ha incidido la inteligencia artificial en esta dinámica?
 

Detectar contenido generado por IA está siendo cada vez más difícil. Actualmente hay muchas herramientas que detectan inteligencia artificial, pero al día siguiente ya existe otra que supera ese detector.  

Lo que sí hemos observado es que, por un lado, la gente no logra identificar cuándo el contenido ha sido generado por IA. Y por otro, como lo señala la literatura especializada, hay un fenómeno de agotamiento, de asfixia, de hipersaturación. Esto ha llevado a que muchas personas dejen de consumir información, porque no quieren pasar por todo el proceso de verificación. 

Por ejemplo, el Instituto Reuters, en su informe de consumo de noticias de 2025, señala que esta tendencia [de verificar información] va en descenso. La gente ya no sabe qué es verdadero y qué no, y ante esa incertidumbre, lo más fácil es dejar de consumir. 

La desinformación no solo utiliza tecnología como la inteligencia artificial, sino que se apoya en cualquier emoción que permita aumentar la propagación y que genere reacciones inmediatas. Entonces, más allá de si las personas saben o no identificar contenido generado por IA, el mayor riesgo está en cómo reaccionan ante la información.  

La gente actúa guiada por la emoción, y esa acción no razonada es lo que está debilitando el pensamiento crítico. Además, factores sociales, educativos y de alfabetización mediática contribuyen a que la desinformación se vuelva viral.   


¿Cuál es el contenido desinformativo más común?
 

En la investigación sobre el ciclo de vida de la desinformación titulada “Mala Hierba. Cómo germina, crece, se reproduce y se combate la desinformación en El Salvador”, se demostró que el contenido desinformativo más imparable y orgánico es el humor; específicamente, los memes.  

Cuando la desinformación se presenta en forma de meme, entra en juego la emoción. La gente quiere divertirse, y al recibir un meme lo comparte sin pensar si es cierto o no. Lo que se prioriza es que causa gracia. 

El humor es una herramienta clave que los mismos difusores de desinformación reconocen como fundamental para posicionar los mensajes que los grupos de poder les piden difundir.   


A su juicio, ¿cuáles son los efectos más importantes de este fenómeno?
 

Una de las implicaciones más relevantes es que se debilitan las instituciones democráticas, porque no estamos fortaleciendo el debate ni el acceso a la información, que cada vez está más restringida. Esto lleva a desacreditar las instituciones y a dividir a la sociedad, lo cual también forma parte de una estrategia que no es nueva.  

En 1951 se escribió un libro llamado El manual del dictador, donde ya se hablaba de este tipo de estrategias. Lo que hacen es centralizar el poder en la figura de un "superhombre", quien básicamente gobierna y controla todo. El resto de las instituciones se supeditan a lo que ese superhombre dice, perdiendo autonomía, voz y voto. 

Como dice la literatura, todo régimen autoritario opera a través de la desinformación. La desinformación se convierte en un vehículo que permite avanzar en el control social. La gente, por cansancio o por otros factores, termina aceptando ciertas narrativas.  

Hay un autor llamado Alfred Schütz que plantea que a veces se da una legitimación social del conocimiento, lo que hace que las personas crean lo que creen, más allá de si es ético o no. A esto se suman los sesgos cognitivos que mencionan los psicólogos, como el sesgo de autoridad. Por ejemplo, si me llega un meme de mi mejor amigo, de mi tía o de un funcionario público, tiendo a creerlo porque confío en ellos o porque están en una posición de poder. 

Entonces, vemos que hay factores cognitivos, sociológicos y geopolíticos que se combinan y contribuyen a la polarización y al debilitamiento de nuestra sociedad, que ya no es una sociedad democrática. 

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