El 8 de septiembre se celebró el Día Internacional de la Alfabetización. La alfabetización y la educación son consideradas cimientos sobre los cuales se puede construir un mundo mejor. Se estima que las personas que saben leer y escribir están más capacitadas para elegir y llevar una vida más plena; son personas más libres, trabajadores más productivos y menos vulnerables a la pobreza. En consecuencia, el desarrollo económico, el progreso social y la libertad de los seres humanos dependen, en buena medida, del establecimiento de un nivel básico de alfabetización y de una educación de calidad. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y Cultura (Unesco), una persona es analfabeta cuando no puede leer ni escribir una breve frase sobre su vida cotidiana. Se habla también de analfabetismo funcional, que alude a aquellas personas que, pese a tener habilidades elementales de lectura y escritura, no son capaces de desenvolverse en el medio letrado.
Un informe reciente de la Unesco da cuenta de que actualmente hay unos 775 millones de jóvenes y adultos de todo el mundo que no saben leer ni escribir. Casi dos tercios de esa población son niñas y mujeres, y la mayoría residen en Asia y África. América Latina también tiene lo suyo: según datos proporcionados por los Gobiernos de la región, al menos hay 25 millones de analfabetos o iletrados. En las últimas décadas, se han realizado avances muy significativos en términos de mejora de los indicadores educativos; sin embargo, el analfabetismo sigue existiendo y es una de las situaciones de exclusión más graves que deben afrontarse en nuestras sociedades. En Centroamérica, por ejemplo, Guatemala, Honduras y El Salvador siguen presentando porcentajes por encima del 15%. La Unesco establece el 5% como valor crítico, por debajo del cual el analfabetismo estaría erradicado. Es el caso de países como Uruguay (con 1.9%), Chile (3.9%), Argentina (2%), Costa Rica (4%) y Cuba (0.2%).
Pero, ¿basta con saber leer y escribir para considerarse alfabetizado? Paulo Freire sostiene que la alfabetización es mucho más que eso. Él la define como "la habilidad de leer el mundo, (...) de continuar aprendiendo". No solo es el desarrollo de las habilidades de la lectura, escritura y comprensión, sino que implica también la interpretación crítica de la realidad social, política y económica en la que vive la persona. Dicho desde la óptica de Freire, alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir la propia palabra. La alfabetización, pues, comienza por situar en el centro a la persona iletrada y hacer valer su derecho a conocer y a entrar en un proceso de aprendizaje a lo largo de toda su vida, condición de posibilidad para desarrollar su capacidad de transformación y desarrollo humano y social.
Hablando de nuestra región, no debemos olvidar que América Latina y el Caribe entraron en el siglo XXI con problemas del siglo XIX. En el documento del PNUD "Educación, la agenda del siglo XXI" (1998), se reitera que educar a todos es una meta pendiente en nuestro continente. De ahí que la obligación indiscutida del Estado es asegurar que todos se eduquen, y que se eduquen bien. Esto implica un doble desafío para el Estado y para la sociedad: primero, hacer realidad una escuela efectivamente universal y efectivamente educadora; y segundo, preparar a la población para encarar las oportunidades y las dificultades propias del mundo globalizado.
Y es que aún no hemos salido del analfabetismo crónico y excluyente, violatorio de derechos humanos básicos, cuando ya se habla de la necesidad de nuevas formas de alfabetización. De acuerdo con la Cumbre sobre Alfabetización del Siglo XXI, celebrada en Berlín en 2002, los nuevos enfoques subrayan las competencias para utilizar la información y el conocimiento que trascienden la base tradicional de lectoescritura y cálculo. En ese sentido, se habla de alfabetización tecnológica, entendida como la capacidad de utilizar nuevos medios, como Internet, para acceder a la información y comunicarla eficazmente. De alfabetización informacional, que tiene que ver con la capacidad de recopilar, organizar y evaluar la información y formarse opiniones válidas basadas en los resultados. De alfabetización global, relacionada con la comprensión e interdependencia entre las personas, así como con la capacidad de interactuar y colaborar a través de las distintas culturas. Así, en este nuevo contexto, una persona alfabetizada debe ser competente, crítica y reflexiva, y capaz de leer y escribir diversos tipos de texto con propósitos diferentes.
Pero los nuevos desafíos de alfabetización no deben llevarnos a eludir uno de los retos impostergables: la inclusión de tantas mujeres y hombres a quienes se les ha negado uno de sus derechos básicos: el derecho a la educación, que ha de ser gratuita, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental. La alfabetización, pues, es el primer paso en la conquista del derecho a educarse y a participar en la construcción de una sociedad democrática. Dar a una persona o a un grupo social acceso a la lectura y a la escritura es dotarlo de medios de expresión política y de instrumentos de base necesarios para su participación en las decisiones que conciernen a su existencia y a su futuro. La alfabetización —hay que reiterarlo una vez más— no solo es un derecho humano básico, sino, además, un factor crucial para vencer uno de los círculos perversos del ámbito social: estar marginado por no saber leer y no poder aprender a leer por estar excluido.
En nuestro país, actualmente se impulsa el Programa de Alfabetización "Educando para la vida", cuya finalidad es reinsertar en la educación básica a jóvenes y adultos, a personas con discapacidad visual y auditiva, y a personas privadas de libertad. Desde 2009, a través de dicho programa y del Plan Social Educativo 2009-2014 "Vamos a la escuela", se ha atendido a 135 mil 582 personas; de estas, 91 mil 247 son mujeres y 44 mil 335 son hombres. El Programa Nacional de Alfabetización partió de los datos de la Dirección General de Estadísticas y Censos (Digestyc). Según estos, en 2007 El Salvador tenía 682 mil 399 personas en condición de analfabetismo; es decir, un 17.97% de la población mayor de 15 años (la población objetivo del programa) no podía leer ni escribir. Una de las expectativas en torno a estos programas es que la enseñanza de la lectoescritura no se convierta en un fin en sí mismo, sino que esté vinculada a otras actividades de desarrollo, como la educación para la salud, la gestión productiva o el desarrollo cultural. En otras palabras, es preciso que exista una razón clara para aprender a leer y escribir. Una fundamental puede ser que la persona amplíe el sentido de su propio valor, lo que puede implicar la generación de nuevas capacidades para producir cambios y para arriesgarse en función de un desarrollo social, económico y político justo.