En el actual ambiente electoral, algunos comentaristas han sacado a colación el tema de la libertad. Como es un elemento fundamental de la democracia, conviene reflexionar sobre esta aspiración tan profundamente humana como socialmente necesaria. Tal como hoy la entendemos, tiene un importante sustrato bíblico, pues no se puede entender la libertad sin partir del hecho de que todos los seres humanos tenemos igual dignidad. Y esta es una idea profundamente cristiana. En este sentido, la libertad se contrapone a la violencia, a la mano dura, a la militarización de la vida civil. La libertad no se escribe con sangre ni con agresiones, sino con diálogo y racionalidad. Tampoco se construye desde el más fuerte, sino desde el más consciente. Con frecuencia, se habla de una libertad económica que favorece especialmente al más rico. Esa no puede llamarse libertad, porque en la medida en que apoya al más fuerte, coarta e impide la libertad del débil. La libertad es siempre apertura de posibilidades, desarrollo de capacidades personales. Una educación poco equitativa, que margina a los más débiles, niega la libertad de una manera a veces no menos profunda que la cárcel.
Tampoco la libertad se construye desde el olvido de las víctimas. Los Acuerdos de Paz constituyeron un avance en nuestro acercamiento a la libertad, pero el olvido de las víctimas, las leyes de perdón y olvido, los argumentos que defienden amnistías, no hacen más que dar prioridad a los fuertes sobre los débiles. Al final, es un modo de crear dos clases de personas con distinta dignidad: los triunfadores y los perdedores. Y establecer baremos de dignidad entre seres humanos lleva siempre a la anulación de la libertad. Además, en el caso salvadoreño, fueron las víctimas las que crearon conciencia en la población y en los líderes del conflicto, de que la paz era más importante que el triunfo militar. Hay con ellas una deuda de justicia en el reconocimiento y el agradecimiento, más allá de las obligaciones jurídicas y legales, hoy cada día más cercanas, especialmente desde esta última sentencia de la Sala de lo Constitucional, que ha ordenado al Fiscal General investigar la masacre de Tecoluca y deducir responsabilidades.
El artificial dilema entre libertad y estatismo que algunos han querido imponer en la discusión y el debate electoral muestra la poca comprensión del concepto de libertad. Esta crece con una educación universalizada de calidad, en un pueblo respetado en sus derechos, desde el reconocimiento real de la igual dignidad de la persona. En contraste, el racismo que subyace en una buena parte de las clases pudientes, el machismo que campea en estas tierras y el autoritarismo que se ve con frecuencia en las actitudes de políticos y funcionarios nos dicen que nuestra cultura tiene dificultades para entender la libertad. Y las instituciones que respaldan la desigualdad en la educación, la salud, el salario mínimo y el acceso a los servicios básicos nos demuestran que la libertad tiene muchos frenos en El Salvador. En vez de contraponer libertad y estatismo, bien harían políticos, analistas y líderes de opinión en reflexionar un poco sobre la relación entre libertad y compromiso con la dignidad de las personas.