Que el FMLN no dé muestras reales de haber comprendido el mensaje ciudadano del 4 de marzo no debería hacer pensar a Arena que tiene la mesa servida para 2019. Y no solo por la todavía probable pero difícil candidatura de Nayib Bukele a la Presidencia, sino porque las elecciones legislativas y municipales arrojaron un claro perdedor, pero no un contundente ganador. Arena tiene que cargar o luchar, según elija, contra dos estigmas, al menos: ser el partido de los ricos del país y una trayectoria de corrupción.
Del primer estigma le será muy difícil desprenderse, sobre todo después de una elección interna entre millonarios que representan a diversos sectores empresariales. Además, está fresca todavía la revelación de los principales financistas de Arena, entre los que destacan apellidos de las míticas 14 familias de la antigua oligarquía. Por supuesto, ser millonario no significa, automáticamente, que se gobierna para los intereses de la élite económica, pero la historia nacional muestra que esa es la costumbre. Y a lo anterior se suma el reciente desatino político de haber hecho pública la pretensión de eliminar o limitar los alcances de la reforma agraria. Todo ello da pie para pensar que la tónica no cambiará si Arena vuelve al poder.
En lo concerniente al otro estigma, Arena tendría primero que reconocer su historial de corrupción y, a continuación, dar muestras convincentes de que ha cambiado. Porque su trayectoria de irregularidades está a la vista. Desde el agujero negro de la privatización de la banca después de la guerra, pasando por los desfalcos financieros en el Instituto Nacional del Azúcar, la CEL y el Seguro Social, la malversación en el Fondo de Inversión Social y en el Banco de Fomento Agropecuario, y la desaparición de fondos para hospitales, hasta el desvió del dinero donado por Taiwán para los damnificados de los terremotos de 2001, entre otros. Más recientemente, se ha conocido que parte del dinero sustraído de las cuentas de Estado durante la administración de Antonio Saca fue a parar al partido.
Los muchos casos que se podrían enumerar apuntan a que la corrupción parece estar en el ADN del partido de derecha. La actual dirigencia tendría que demostrar lo contrario. Podría comenzar no solo por admitir que el donativo de Taiwán fue a dar a las cuentas del partido, sino devolver ese dinero y facilitar toda investigación sobre fondos sustraídos para fines partidarios o personales. Mientras Arena, sus dirigentes y sus candidatos se nieguen siquiera a entonar un mea culpa, no tendrán ninguna autoridad moral para participar en la lucha contra la corrupción. Por otro lado, se equivocan si piensan que los salvadoreños olvidan con facilidad. Los resultados del 4 de marzo son solo una muestra de lo que la creciente conciencia ciudadana puede hacer con quienes ejercen la política de espaldas a las necesidades y anhelos de la población, con quienes hacen oídos sordos a todo aquello que no coincide con los intereses propios.