El caso de Carla Ayala, desaparecida y casi con seguridad asesinada dentro del entorno policial, descubre la dimensión más oscura de la PNC. Agentes, entrenados para proteger al ciudadano, asesinan a una compañera y encubren sistemáticamente el crimen. La orden de detención contra más de una decena de miembros del extinto GRP por estar implicados en el caso muestra el nivel de corrupción y desintegración al que puede llegar un cuerpo policial. En ese sentido, no es solo necesario proceder con una investigación y depuración a fondo, sino reflexionar sobre las causas y problemáticas que pueden provocar una situación de crimen y encubrimiento masivo dentro de la Policía, y buscar remedio a esta especie de desmoronamiento interno.
En primer lugar, hay que insistir en la profunda deficiencia de las estructuras de control de la PNC. Si funcionaran bien tanto la Inspectoría General como la Unidad de Asuntos Internos, no habría el grado de descomposición que se refleja en el caso de Carla Ayala. Impresiona la escasa o nula actividad de las instancias mencionadas en diferentes casos de abuso de fuerza letal, ejecuciones extrajudiciales o malos tratos. El encubrimiento de delitos entre policías es casi una plaga sin que las autoridades procedan con energía para frenarlo. En ocasiones, los agentes inculpados de ilícitos son defendidos por abogados pagados por la Policía y permanecen activos en sus puestos a pesar de la gravedad de las acusaciones.
Sin cuestionar la necesidad de proceder con inteligencia y energía contra todo tipo de delincuencia, el discurso guerrerista sobre las pandillas acaba ocultando e incluso justificando en la Policía una serie de delitos graves, silencios cómplices e incluso fraudes procesales. La percepción ciudadana de inseguridad aumenta cuando la Policía abusa de la fuerza o comete actos de corrupción. Y ello se traduce inmediatamente en una negativa a colaborar con la institución. Al miedo frente a la brutalidad de los criminales se suma el miedo a una Policía que no da garantías de protección ni de investigación adecuada. Incluso en muchos ciudadanos existe el temor de que dentro de la PNC estén infiltrados miembros del crimen organizado.
Como defensa argumentativa se suele decir que en todas partes hay manzanas podridas. Pero cuando los delitos se repiten sistemáticamente, es necesario aceptar que el problema es orgánico. Se necesitan, entonces, liderazgos e instancias internas eficaces, capaces de enfrentar la contaminación y limpiar la institución de costumbres corruptas y complicidades extendidas. Depurar y seleccionar el liderazgo no es fácil, pero tampoco imposible. La PNC tiene una gran masa de oficiales, la mayoría de alta calidad técnica y ética. Sin embargo, muchos están estancados en sus carreras por la presencia permanente en la cúpula de la institución de las tres primeras promociones de la academia policial.
Revisando exhaustivamente las hojas de vida e historiales de los oficiales podría constituirse un liderazgo renovado que mantuviera una opción ética responsable e impulsara la eficacia de las instancias de control interno. A pesar de las repetidas quejas de la ciudadanía, esta tarea no ha sido llevada a cabo con seriedad por ningún Gobierno desde la fundación de la PNC. Por el contrario, en ocasiones se ha puesto al frente de la corporación a personas en exceso politizadas, con un pasado oscuro tanto en temas de corrupción como en actos violatorios de derechos humanos. Esos jefes contribuyeron al desprestigio y descomposición de la Policía. Hoy se hace necesario que la selección de nuevas jefaturas esté dirigida por un ente autónomo, compuesto por expertos en temas de seguridad exigentes en la búsqueda de expedientes sin tacha ética.
Dignificar la profesión policial exige tanto una selección cuidadosa del liderazgo como pagar mejor a los agentes, especialmente a los que inician sus funciones en la base. Y a este proceso debe añadírsele un afán permanente de establecer una buena relación con la comunidad. La cultura del “Ver, oír y callar” es endémica en nuestra sociedad y lleva a la corrupción. Ganarse la confianza de la población es una tarea indispensable para luchar contra ese flagelo. Además, debe desarrollarse, desde los inicios de la formación en la academia, un espíritu de cuerpo positivo. Cuidar la institución no pasa por el encubrimiento, sino por el respeto a las normas y a la dignidad de las personas, y por la intolerancia frente al delito. Un pernicioso corporativismo de favoritismos y amiguismos termina siendo siempre el principal soporte del encubrimiento y las complicidades.
¿Tiene futuro la Policía? Claro que sí. Hay agentes y oficiales excelentes. Pero el caso de Carla Ayala demuestra que si no hay una adecuada composición del liderazgo y un funcionamiento eficiente y eficaz de las instancias de control interno, la PNC puede convertirse en una institución fracasada, como lo fueron la Guardia Nacional y otras policías corruptas y criminales del pasado.