El 29 de julio, en un barrio de San Salvador, un hombre herido mortalmente de bala intentó entrar a un taller de reparación de llantas en busca de refugio y auxilio. El encargado del negocio lo rechazó y lo sacó del recinto arrastrándolo hasta la calle, y allí lo dejó. Según se supo, el hombre murió poco después cuando era atendido por un cuerpo de socorro. Esto se conoció por unas fotografías que circularon en las redes sociales. Como suele suceder en esos espacios, las estremecedoras imágenes desataron reacciones igualmente impactantes. Prácticamente, todas le daban la razón al llantero, porque en estos tiempos ayudar a otros puede significar una sentencia de muerte, porque no se sabe qué clase de persona es el herido, o porque "si alguien muere en su propiedad, seguro el que va preso es usted". Algunos, los menos, cuestionaron al que tomó las fotografías por mantenerse detrás de la cámara en lugar de ayudar al herido. En resumen, para la mayoría de estas personas, abandonar en la calle a alguien que pelea contra la muerte está justificado por la situación en que vivimos, simplemente para "evitarse problemas".
Ese mismo día fue capturado el sacerdote de origen español Antonio Rodríguez, más conocido como padre Toño. El hecho tuvo amplia cobertura y las redes sociales volvieron a hervir con comentarios desmesurados. Por ejemplo, muchos pedían la expulsión del sacerdote, la captura de todos los involucrados con la tregua y la cabeza de los que ayudan a los jóvenes en riesgo. Las reacciones de la población a estos dos hechos, expresadas a través de las redes sociales, reflejan el grado de intolerancia y deshumanización al que nos está llevando la difícil situación de inseguridad. La cultura que justifica el uso de la violencia para resolver cualquier problema está muy arraigada. Y es que cuando la muerte acecha y parece no haber mecanismos institucionales para encontrar justicia y resguardo de la violencia, la gente, presa de la desesperación, tiende a justificar cualquier acto —por inhumano que sea— con tal de salir del atolladero.
La conducta del llantero encuentra su explicación en ese ambiente de violencia, que ha roto casi por completo las dinámicas de auxilio y solidaridad con el prójimo; un ambiente que, al final, nos convierte a todos —él incluido— en víctimas del miedo, la inseguridad y del distanciamiento de lo que debería ser primigenio: actuar desde lo profundamente humano. Ahora bien, no puede dejarse de señalar que el beneplácito mostrado ante tan triste acontecimiento es absolutamente contrario a las enseñanzas de Jesús. Esto es grave si tomamos en cuenta que en El Salvador, más del 90% de la población se dice creyente. Lo que reflejan las actitudes expresadas es que en la mayoría de casos la fe no tiene correlato en la vida cotidiana. Por otra parte, en el caso del padre Toño, lo que está de fondo es un rechazo visceral a todo esfuerzo de diálogo, acuerdo o entendimiento con las pandillas y, por extensión, a toda persona o institución que pretenda enfrentar la problemática desde la óptica de la reinserción.
Al sacerdote español se le acusa de tres delitos. El primero es el de asociaciones ilícitas, algo difícil de demostrar y que se le atribuye a casi todo el que se quiere retener. ¿Quién en este país no sabe que el sacerdote trabaja y se comunica con mareros desde hace tiempo? ¿Quién desconoce que los impulsores de la tregua han tenido gran cercanía con las pandillas? Esto ha estado a la luz pública. Lo que el Ministerio Público debe demostrar es que esa cercanía no tuvo por propósito disminuir la violencia, sino aumentarla. Y eso no será fácil. La segunda acusación es la introducción de ilícitos a penales. Si a alguien se le detecta un objeto prohibido (un teléfono celular, por ejemplo) a la entrada de una cárcel, se le captura en el momento; es decir, es un delito de hecho. Afirmar que a Rodríguez no se le detuvo antes porque estaba en proceso una investigación confirma que hubo planificación en su contra. La tercera acusación es la de tráfico de influencias. Para que haya tráfico de influencias, se necesitan por lo menos dos partes. Si las autoridades acceden a efectuar un traslado de reos, el problema no es de quien lo solicita, sino de quien lo aprueba. Si hay una acusación de influenciar, ¿quién es el influenciado? ¿Dónde está? En realidad, ¿por qué se captura al padre Toño? ¿Por supuestos delitos o en represalia por sus polémicas declaraciones? ¿Es este un mensaje disuasivo para otras personas?
Como en el caso de la actuación del llantero, el porqué de la detención de Rodríguez no se agota en él. Por una parte, hay que enmarcarla en el fracaso de la tregua, el aumento de las actividades pandilleriles, la falta de claridad sobre cómo abordar el clima de inseguridad, la imposibilidad de frenar las acciones delictivas que se origina desde los centros penales, un tratamiento mediático de la problemática que se contenta con buscar chivos expiatorios y la necesidad de posicionarse de cara a las próximas elecciones. Por otra, también puede entenderse como una advertencia a toda persona y organización que quiera comprometerse con algún esfuerzo de diálogo o negociación con las pandillas. En sus declaraciones, el Fiscal General de la República llamó "traidor" al sacerdote y "terroristas" a los pandilleros. En boca de un ciudadano común, estas expresiones no serían más que el reflejo de la desesperación y el fruto de la ignorancia de sus connotaciones políticas y legales. Pero provienen del máximo funcionario público en la persecución del delito, y por eso no pueden tomarse a la ligera. Las palabras del Fiscal dan un mensaje claro: todo el que ayude a jóvenes en riesgo y a pandilleros es un traidor; y los mareros no tienen salvación porque son terroristas.
Este tipo de discurso y el tratamiento que le dieron los medios de comunicación a la detención del padre Toño, presentándola como parte de un operativo masivo y sacando su fotografía al lado de los líderes pandilleros, refuerzan la cultura de la violencia y la intolerancia a cualquier esfuerzo de solucionar la delincuencia por la vía pacífica de la racionalidad. Aunque al parecer mucha gente está a favor de las manos duras y del aniquilamiento físico de los delincuentes, la enseñanza cristiana es clara en contra de esas posiciones y actitudes. Si los salvadoreños pacíficos y respetuosos de la vida humana no alzan juntos su voz, podría hacerse realidad lo que una vez advirtió Martin Luther King: "Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos".