Ante el miedo

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Editorial UCA
04/12/2023

Cuanto más se ama el poder, mayor el miedo a perderlo. Pasa en todas las instituciones cuando las personas vinculan su autoestima con el cargo que desempeñan. Aunque el miedo ayuda a adaptarse al ambiente y protegerse de los peligros, en las personas, y en particular en los políticos, tiende a convertirse en ansiedad. Y de la ansiedad se puede pasar a la respuesta violenta contra aquello que se ve o percibe como una amenaza. En el caso de los regímenes políticos autoritarios, se pasa muy fácilmente de la complacencia a la desconfianza, de las frases ceremoniosas a las acciones punitivas. La actual dictadura de Nicaragua, que desconfía radicalmente de la Iglesia y ha privado de nacionalidad a curas y obispos, es ejemplo claro de cómo el miedo irracional de los políticos con poder puede llevar a la represión no solo de los oponentes políticos, sino también de los defensores de derechos básicos y de los generadores de cohesión social.

Sin embargo, a pesar de la fuerza material de los líderes autoritarios, el miedo y sus reacciones agresivas terminan abriendo grietas en el propio poder. El tirano poseído por el miedo puede hacer temblar a todos los que le rodean. Usualmente, se multiplican las alabanzas exageradas en torno a su persona, porque el miedo del autoritario genera también miedo entre aquellos que lo rodean. Pero por más que encuentre aduladores y colaboradores en la construcción del temor y del pánico, el miedo no es la emoción más importante del ser humano. Al revés, frente al miedo se alzan siempre la generosidad, el amor y el deseo del bien. Como dice un texto del Nuevo Testamento, “el amor echa fuera el miedo”. La libertad que brota del amor venció el miedo cuando los nazis perseguían a los judíos: campesinos sencillos los escondían en sus casas, sacerdotes les tramitaban papeles falsos para que huyeran de la persecución, diplomáticos con ética les ofrecían pasaportes para liberarlos de la muerte. Cuanto más crueles se vuelven los tiranos, más cerca suele estar su fin.

En América Central, las tendencias al autoritarismo han estado siempre presentes. El istmo ha vivido dictaduras sangrientas y regímenes que mezclan algún grado de democracia con viejos modos autoritarios. Y siempre han surgido figuras y grupos, desde lo más sencillo a lo más público, que han plantado rostro a los abusos de poder. Frente a quienes defienden lo humano y lo racional, el poder que genera miedo no tiene más recurso que la persecución. Y la persecución multiplica la conciencia y el surgimiento de nuevas generosidades. Hoy, cuando el autoritarismo está de regreso, es importante recordar la importancia de la libertad personal construida sobre valores solidarios y humanistas, y saber que la única manera de vencer el miedo es enfrentando a quienes lo producen.

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