Si algo positivo dejaron los acontecimientos del domingo 9 de febrero es la certeza de que existe un serio y sólido apoyo a la institucionalidad democrática de parte de una buena proporción de la ciudadanía y de la sociedad civil. Lo negativo está en la eterna polarización que persigue al país, hoy con un signo muy diferente al clásico enfrentamiento entre derechas e izquierdas. En ese escenario, ha sido importante y significativo que diversas tendencias y sectores hayan optado por defender una institucionalidad que, aunque plagada de defectos, ofrece la posibilidad de construir acuerdos y avanzar democráticamente en el desarrollo económico y social. Lo crucial ahora es superar a nivel legal y político no solo todo aquello que en la presencia militar y policial en la Asamblea Legislativa fue incorrecto, sino también, y sobre todo, el clima de confrontación que los acontecimientos de los últimos días han alimentado.
En este momento, no conviene el triunfo de nadie. Ni de Nayib Bukele torciéndole el brazo a los diputados ni de estos tratando de humillar al presidente. Diálogo y reconocimiento deben ser los pasos a seguir. En especial, el reconocimiento de los errores cometidos por el Gobierno. Y a otro nivel, un trabajo de diálogo serio y real de la Asamblea Legislativa con la población y con el Ejecutivo, para superar los sistemáticos atrasos y desaciertos en temas tan esenciales como la justicia transicional, el agua, las pensiones y la seguridad. Los salvadoreños necesitan signos de ambas partes. Los legisladores no pueden continuar actuando como representantes a los que se les ha dado un cheque en blanco para reforzar su poder y enriquecerse. Por su parte, el Ejecutivo debe ser capaz de reconocer sus equivocaciones y asumir las responsabilidades correspondientes.
Dado que no hay una democracia perfecta en ninguna parte, lo que debe existir es un compromiso permanente con el perfeccionamiento de la democracia en favor del ciudadano y de la construcción de una convivencia en concordia. La democracia tenemos que entenderla como un sistema de institucionalidad de servicio, no como un mecanismo de administración del poder público que se protege a sí mismo y opera en beneficio de los que mandan. Hay que entrar en la dinámica de la gobernanza, superando el concepto tan amplio de gobernabilidad. El problema de nuestras élites es que están tan convencidas de que son buenas administradoras del poder que buscan entrar o permanecer en el mismo a como dé lugar. Olvidan que la democracia no solo es un mecanismo para elegir funcionarios, sino también un sistema que busca democratizar a la economía y a la sociedad.
Urge superar la polarización a la que algunos juegan para adquirir más poder. Debemos comenzar una nueva etapa de construcción de una democracia económica y social a través del diálogo. Todos hablamos de la necesidad de luchar contra la pobreza y la desigualdad, pero los pasos que se han dado en esa dirección han sido muy pequeños y lentos. Lo más que se ha conseguido es hacer pasar a un buen número de la población de la pobreza a una clase media expuesta a una seria vulnerabilidad. Las instituciones dedicadas a la protección social son muy débiles y tienden reproducir una sociedad en la que solo una cuarta parte de la gente tiene estabilidad económica, social y laboral; al resto de la población la condenan, en el mejor de los casos, a vivir en riesgo o, en el peor, al olvido y la pobreza. De hecho, la sociedad salvadoreña está masivamente dividida entre los que tienen y los que no, entre buenos y malos, entre izquierda y derecha, entre seguidores de Bukele y críticos de su gestión. Y esto dificulta en grado sumo la solución de los problemas. Abrirse al diálogo, dejar atrás el enfrentamiento como estrategia política, hacer funcionales las instituciones, mantener la transparencia y la rendición de cuentas son acciones indispensables para superar la desigualdad polarizante entre ricos y pobres, protegidos y desprotegidos, personas con futuro y personas condenadas a la pobreza, la violencia y la huida del país como única alternativa para sobrevivir con dignidad.