Desde la perspectiva de los derechos humanos, es imposible callar ante las imágenes de los horrores que están sufriendo los palestinos de la Franja de Gaza. Sin embargo, es fácil decir algo erróneo si no se comprende la complejidad de un conflicto histórico y asimétrico. Sacar cuentas rápidas tomando partido por uno de los actores es lo más sencillo y simplista, pero lamentablemente lo más común. Emitir un juicio culpando solo a Hamás de las atrocidades cometidas por Israel en Gaza porque aquel atacó primero, es tener memoria corta. Nunca el asesinato de civiles es justificable. Las muertes ocasionadas por Hamás merecen condena. Usar el terrorismo como arma política, asesinar a cientos de inocentes a sangre fría y grabar los ataques y transmitirlos en las redes sociales pretendió dar un salto en la espiral de violencia y sangre en la que están atrapados palestinos e israelíes.
Pero no abordar la historia de este conflicto, no reparar en la negativa sistemática de Israel a cumplir los acuerdos de Oslo de 1993, es un craso error y una afrenta al sufrimiento del pueblo palestino. Estos acuerdos fueron firmados entre el Estado de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), con el respaldo de Estados Unidos y Rusia, para ofrecer una solución permanente al conflicto entre ambas naciones. Los 17 artículos del acuerdo marcaban el camino a seguir para la consecución de un Estado palestino y un Estado israelí conviviendo en paz. Se pactó, por primera vez, el establecimiento de un gobierno palestino de carácter permanente y de un consejo electo por la población de Cisjordania y de la Franja de Gaza para un período de transición de no más de 5 años. Para llevar a buen término esto se requería del cumplimiento de las resoluciones 242 y 338 de 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que establecían la retirada de las fuerzas armadas israelís de los territorios ocupados por Israel.
Israel no solo se ha negado a cumplir estos acuerdos sino que ha ido ocupando progresivamente territorios de Palestina. A comienzos del siglo XXI, Israel bombardeó el puerto y aeropuerto de Gaza; en 2005, retiró las colonias israelíes de la Franja; y en 2007, decretó un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo que ha restringido gravemente las importaciones y las exportaciones, la circulación de las personas dentro y fuera de Gaza, el acceso a atención sanitaria y educación, y los medios de subsistencia, incluidas las tierras agrícolas y la pesca. Fue en ese contexto que, en 2006, el grupo radical Hamás (Movimiento de Resistencia Islámica) ganó las elecciones e instauró un gobierno autoritario.
Tras más de 15 años de bloqueo, el historiador israelí Ilan Papé califica la situación de la Franja como “la cárcel al aire libre más grande del mundo”. Israel no solo cerró el territorio, sino que ha realizado cruentas operaciones militares en Gaza en los años 2008, 2012, 2014 y 2022. Los gazatíes no puede realizar actos que son rutinarios en cualquier otro país, como ir al médico, celebrar cumpleaños, comer, dormir. Cualquier movimiento fuera de la Franja deber ser autorizado por Israel. El sometimiento de los palestinos ha sido calificado por el relator especial de las Naciones Unidas para los derechos humanos en estos territorios como un régimen de apartheid. Su homólogo para el derecho a una vivienda adecuada llegó a la misma conclusión, y también Amnistía Internacional.
Un mes después del ataque de Hamás a Israel que causó 1,400 muertes y la toma de 240 rehenes, Israel bombardea Gaza día y noche, lo que ha ocasionado hasta el momento casi 11 mil muertes; entre ellos, miles de mujeres y niños. Un vocero de la Organización Mundial de la Salud afirmó que diariamente mueren 160 niños en Gaza. La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos ha informado que, en un mes, más de dos de cada tres habitantes de Gaza han sido desplazados de sus hogares, lo que significa condiciones de vida inhumanas para casi millón y medio de palestinos. La población está muriendo por la falta de agua, alimentos y atención médica. Nada puede justificar el horror que sufren los civiles en Gaza.
En realidad, el conflicto histórico entre Palestina e Israel es una lucha de David contra Goliat. No solo porque los 360 kilómetros cuadrados de extensión de la Franja de Gaza caben más de 55 veces en Israel (20,700 kilómetros cuadrados), sino porque el producto interno bruto de Israel es de 488,500 millones de dólares, frente a los 5,407 millones de Palestina. Además, el ingreso per cápita de un israelí es 50 veces mayor que el de un palestino. Y ni hablar del poderío militar de Israel, que multiplica decenas de veces al de Palestina.
En una época supuestamente civilizada y anclada en el cumplimiento del derecho internacional y del derecho internacional humanitario, es vergonzosa la falta de reacción de la comunidad internacional ante la ofensiva de Israel en Palestina. Quienes apoyan dicha ofensiva deberían entender el axioma elemental de que la violencia solo engendra violencia. La desproporcionada y bárbara operación militar israelí está garantizando décadas de odio y resentimiento por los horrores que está provocando. Ami Ayalon, condecorado militar israelí y exjefe del Shin Bet, expresa a cabalidad cuál debería ser la estrategia de Israel: “Nosotros tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”.