Las dimensiones de la pandemia en el país han llegado a niveles alarmantes. Los hospitales presentan signos evidentes de colapso, y aunque la publicidad insista en vender ficción, ni siquiera funciona la primera parte —ya inaugurada— del Hospital El Salvador. Según los especialistas, estamos en los albores de la fase 4 de la pandemia. La falta de entendimiento entre los poderes del Estado solo empeora la situación. Es inaudito que no haya acuerdo sobre lo que se debe hacer. Ciertamente, El Salvador nunca se ha caracterizado por definir políticas públicas con base en la evidencia científica, pero en esta crisis ese déficit se traduce en hambre, muerte y sufrimiento.
No se puede cerrar los ojos a la evidencia. Los modelos internacionales que analizan científicamente la expansión del virus, el conocimiento acumulado de médicos que han luchado contra epidemias y los análisis de la academia señalan un camino que debió comenzarse a andar hace meses. La experiencia de países como Costa Rica y Uruguay muestran un modo de actuación que va mucho más allá del encierro domiciliario indiscriminado (de hecho, Uruguay nunca decretó un confinamiento obligatorio). Ningún encierro masivo es solución si no va acompañado de medidas que no se han implementado acá en el país.
Urge activar y fortalecer el sistema de vigilancia epidemiológica y los comités municipales y departamentales de protección civil. Esperar a que los enfermos desborden todos los hospitales nos llevará a un caos mortífero. Es imperativo salir en búsqueda de los contactos y nexos para mitigar los contagios, para lo cual son indispensables equipos de respuesta rápida en número suficiente. Además, debe implementarse ya una campaña masiva de educación. El país no está para publicidad, sino para invertir en la educación ciudadana, que es un arma poderosa contra las enfermedades.
Por otra parte, la actitud de mantener inamovible una postura sin que se pueda demostrar su idoneidad con argumentos de peso es incomprensible y señal de falta de madurez. El “todo o nada” del presidente, su necedad de cerrarse a toda postura diferente a la propia, no es sana ni inteligente, mucho menos humanitaria. Dado que, según los cálculos más optimistas, la vacuna contra el virus solo estará lista hasta dentro de un año, hay que aprender a convivir con la enfermedad, y para ello no queda de otra que usar la inteligencia. Como aconseja la Organización Mundial de la Salud para esta etapa, es crucial enfocar las estrategias de salud pública de manera que la población pueda convivir con el virus a mediano plazo.
Según los estudios y el ejemplo de otros países, lo ideal hubiese sido abrir la economía gradualmente y en zonas específicas, reduciendo las medidas de confinamiento paso a paso. De este modo, en caso de rebrote del virus, se habría contado con un margen de maniobra. No fue así. Ahora los entendidos plantean que el encierro total no será efectivo. Y esa afirmación no es fruto de un capricho, sino de la simple evidencia. Capricho es no aceptar otras posturas por la obstinación de seguir un plan de intereses personales y electorales.
Es urgente hacer algo. Lo primero, aprobar una ley de emergencia que le facilite al Gobierno adquirir insumos y equipos, pero que no lo exima de rendir cuentas por los gastos realizados ni permita atropellos y abusos por parte de las autoridades. Basta ya de cerrazones y miopías. Por el bien del país, debe responderse ya a la situación.