Bélica frivolidad

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Editorial UCA
13/01/2025

Cuando el más fuerte ataca, generalmente arrasa. La historia está llena de guerras de expansión, de eliminación de los débiles y de carcajadas triunfales de los poderosos. No faltan quienes aprovechan una ofensa para iniciar una guerra veinte veces más dura que el daño recibido, la cual incluso puede conducir a la destrucción total del país percibido como enemigo. Las guerras civiles, de grupos que quieren resolver sus diferencias por la vía de la fuerza, completan el panorama absurdo e inhumano de los conflictos armados. “La guerra es mala y bárbara […] las almas entigrece”, dice uno de los poemas de Antonio Machado. Pese a esa maldad y barbarie, siempre abundan intereses, personas y colectivos dispuestos a derramar sangre, a oponerse a todo esfuerzo de paz, a declarar guerras contra otros. Quienes usan la palabra “guerra” tienden a ser autoritarios y excluyentes.

Recientemente, Donald Trump ha hablado de un posible uso de la fuerza militar para apoderarse de Groenlandia, que pertenece a Dinamarca, y del canal de Panamá. Las amenazas van no solo contra estos dos países, sino contra el sistema internacional de reglas que garantiza la convivencia pacífica y pone límites al uso de la fuerza entre las naciones. Si Trump emprendiera una aventura militar contra alguno de los países mencionados, su acción sería equivalente a la invasión de Kuwait por parte del Irak de Saddam Hussein. Tanto Dinamarca como Panamá tendrían derecho a defenderse. Aunque nadie puede dudar de que Estados Unidos terminaría imponiéndose (invierte en militares y armamento 700 mil millones de dólares al año), los costos políticos serían enormes. Según los abusos que se cometieran en la invasión, Trump hasta podría ser catalogado como criminal de guerra.

Que los líderes políticos hablen con frivolidad de invasiones militares y de guerra es siempre una irresponsabilidad. Si el uso de la violencia entre personas debe controlarse, con mucha más razón debe evitarse la agresión entre naciones. La guerra es siempre la expresión más brutal de la violencia. El papa Francisco citó recientemente una afirmación que Pío XII formuló en 1939, antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial: “Nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra”. Más allá de los eufemismos que los políticos utilizan para reducir la gravedad de sus acciones, invadir militarmente un país es iniciar una guerra. Víctimas directas del intervencionismo estadounidense, los países centroamericanos deberían rechazar con energía cualquier posición imperialista que amenace con invasiones, guerras o sustracción de territorio.

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