Por llevar su nombre, es lógico que en el aeropuerto del país hubiera referencias ornamentales en honor a Óscar Arnulfo Romero. Pero recientemente se supo que, sin mediar explicaciones, fue removido un mural dedicado a monseñor en uno de los pasillos centrales de la terminal. En su lugar aparece un diseño institucional con la siguiente frase turístico-propagandística: “Bienvenidos a la tierra del surf, de los volcanes y del café”. En un país en el que diversas autoridades públicas no tienen reparo en denigrar partes de la historia nacional, surge la preocupación de si se quiere borrar a nuestro santo de la memoria colectiva. Si bien el Estado es laico, monseñor Romero trasciende la dualidad laico-religioso, como lo demuestra el hecho de que Naciones Unidas designara el día de su muerte violenta, el 24 de marzo, como el día del derecho de las víctimas a la verdad.
La memoria es fuente de identidad. Lo que se recuerda permite saber qué somos. Por ello los países buscan recordar su historia, para mantener su identidad. Edificios, personajes, costumbres, productos tradicionales son parte de la memoria nacional. Un pueblo sin pasado y sin identidad se agota. Si los migrantes perdieran absolutamente la memoria y la identidad, dejarían de enviar remesas y no les interesaría votar en las elecciones. En El Salvador ha habido intentos de manipular tanto los recuerdos como la historia en favor de intereses políticos o económicos. Por ejemplo, la independencia se han tratado de manipular en favor de las élites. Presentar las decisiones políticas o de desarrollo como una especie de frontera con el pasado es una forma de afianzarse en el poder, pero ello no cambia la historia. El hecho de que hayan disminuido drásticamente algunas dimensiones de la violencia no quiere decir que haya desaparecido la violencia estructural. Muestra de ello es que la pobreza y la desigualdad permanecen sin cambio o, peor aún, se acentúan.
Tratar de borrar la memoria es un error. Lo fue después de la guerra, con el intento de olvidar a las víctimas de masacres y crímenes de lesa humanidad, y lo sigue siendo hoy, cuando se busca ocultar a las víctimas de la economía, del machismo y del régimen de excepción. Si bien la vida termina siempre sucumbiendo ante la muerte, la memoria hace que la vida resurja victoriosa frente al olvido. La memoria ayuda siempre a mejorar situaciones, a corregir errores y a planificar mejor el futuro. Más allá de las intenciones detrás de lo sucedido con el mural dedicado a monseñor Romero en el aeropuerto, reflexionar sobre el pasado del país con mirada crítica y propositiva es indispensable para construir un desarrollo más digno. San Óscar Romero es de las personas que pueden iluminar el futuro común. Remover un mural dedicado a su figura no lo alejará del recuerdo y del sentir ciudadanos. El Gobierno debe dar explicaciones para despejar la duda de que pretende borrar lo mejor de nuestro pasado.