Recientemente el Estado salvadoreño fue condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de cinco niños desaparecidos durante la guerra. Y la razón está clara: no ha hecho nada por encontrarlos; tanto durante la guerra como desde su fin ha tendido a despreciar solemnemente a las víctimas. Quienes hoy dicen que se preocupan de las víctimas siguen defendiendo la ley de amnistía con una pasmosa tranquilidad, como si considerar basura a las víctimas del pasado fuera compatible con un discurso de grave preocupación por el presente. Pero tanto a nivel judicial internacional como en el pensamiento jurídico y filosófico moderno se impone cada día con más fuerza la abolición de todas esas amnistías declaradas para proteger al fuerte en desmedro de los derechos del débil.
El partido Arena, en este tema, parece ir en dirección contraria al pensamiento internacional civilizado. Varios datos lo demuestran. Con tranquilidad aceptan como candidatos para la Asamblea a personas que han sido acusadas de participar en masacres y graves violaciones de derechos humanos. Y el alcalde de San Salvador, personajillo político de oscura tradición autoritaria (por sus palabras se le juzga: hubiera sido feliz con un golpe militar a su favor), quiere cambiar el nombre de la calle San Antonio Abad por el de Roberto D’Aubuisson, supuestamente más glorioso según los criterios del edil. Seguramente ignora quién es san Antonio Abad y cuál su profundo significado para la cultura occidental; no necesitamos explicárselo aquí. Pero podemos invitarlo a que busque en Wikipedia y compare —tanto en extensión como en contenido— las entradas que este portal dedica al uno y al otro.
Pero no es solo que haya preferido poner a una calle el nombre de un histórico psicópata, quitándole el de un personaje de verdadera importancia para esa tradición occidental que tanto ensalzan como papagayos algunos areneros; sino que además ofende a las más hondas raíces culturales salvadoreñas. San Antonio Abad no es solo el nombre de una calle en El Salvador, sino el de un cantón con fuertes raigambres indígenas. La calle se llama así porque los habitantes de la zona han acogido como patrón y patronímico ese nombre. Su iglesia parroquial es de las pocas en el país que es propiedad de la cofradía, de una comunidad que desde tiempos ancestrales ha manejado una hermosa fusión entre la cultura indígena y la cristiana. El supuesto nacionalismo arenero no parece respetar las raíces étnicas mayoritarias de El Salvador, al menos en el caso de este alcalde y su concejo.
Para el caso de los candidatos a diputaciones sirvan las siguientes y breves reflexiones. Entre los militares que combatieron durante la guerra civil hay sin duda personas dignas, decentes y que cumplieron con lo que su conciencia les dictaba. Pero que hubo ladrones y asesinos es también cierto. Algunos se enriquecieron de un modo que jamás se investigó. Otros son responsables de verdaderas masacres. La Comisión Ad Hoc, compuesta por personas honorables, manejó una lista de aproximadamente 100 militares que debían ser dados de baja del Ejército. Ahí tenemos ya un indicador que debería hacerse público por decencia. Y ciertamente alguno de los militares retirados que quiere correr como diputado por Arena está en esa lista. Incluso sin que la nómina se haga pública, bastaría con que le pregunten al expresidente Cristiani para que informe quiénes son. Él tiene la lista y debería aconsejar en ese punto a sus colegas areneros. La Comisión de la Verdad menciona a otro grupo de militares. Y de nuevo hay candidatos a diputado entre los acusados de masacres. Siempre llamará la atención que habiendo sido Arena el partido en el poder que aceptó las reglas del juego de la paz, se las salte con tanta facilidad a la hora de buscar alianzas con trogloditas del pasado, por muy acicalados y maquillados que se quieran presentar en la actualidad.
En política se avanza desde la razón, no desde el capricho y el insulto a la sociedad. Arena se siente segura para defender sinrazones por la simple razón de que tiene un apoyo mediático mayoritario. Pero incluso el apoyo mediático se va resquebrajando poco a poco ante el desprecio de los pobres y las víctimas que este partido manifiesta con demasiada frecuencia. Echar leña al fuego despreciando a las víctimas produce rechazo en la gente de buen corazón y talante humanista, que cada vez es más en El Salvador. Buscar fantasmones del pasado y auparlos como héroes o como diputados no es más que un signo de un partido cuyas raíces autoritarias están tan arraigadas que tiende a la violación de los derechos humanos. Tal vez ahora no maten como en el pasado, pero los derechos económicos y sociales seguirán sufriendo en abundancia mientras no haya una derecha algo más inteligente de la que hay en el país.