Café amargo

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Editorial UCA
08/02/2013

La historia del café en El Salvador es amarga. A mediados del siglo XIX, el grano sustituyó al añil como producto de alto valor en el mercado internacional, y El Salvador se volcó de lleno a su producción y exportación. Para ello, en tiempos del presidente Rafael Zaldívar, se privatizaron las tierras ejidales y comunales, produciéndose así el primer trago amargo para muchas familias campesinas e indígenas del país. Con la justificación de que la producción de café sacaría de la pobreza a las zonas rurales, se expropió a miles de familias de las tierras que cultivaban para entregarlas a terratenientes, que explotando la mano de obra campesina las convirtieron en productivas fincas de café. Así, el grano produjo cuantiosas ganancias, permitió la acumulación de capital y dio pie al surgimiento de la burguesía agroexportadora salvadoreña. Por supuesto, las ganancias no fueron repartidas equitativamente entre los propietarios ilegítimos de las tierras y los jornaleros. Independientemente del precio del café en el mercado internacional, el trabajo en las fincas se caracterizó desde un inicio por salarios de hambre y la contratación estacional, lo que se tradujo en pobreza e inestabilidad laboral para los jornaleros.

A raíz de la caída de los precios del café a principios de este siglo, en El Salvador muchas de las fincas fueron prácticamente abandonadas por sus propietarios, quienes se limitaron a darles el mínimo mantenimiento y a recoger la cosecha, por magra que fuese. Esto se tradujo en la reducción de la superficie dedicada al cultivo y la degradación de las plantaciones. A consecuencia de ello, la producción de café cayó en un 30% en la última década y diversos males se cebaron en las plantas, como la enfermedad de la roya. Hoy por hoy, la roya amenaza gravemente los cafetales; acabará con muchos de ellos si no se toman medidas oportunas. Y luchar porque eso no suceda es importante tanto para evitar un nuevo golpe a la economía nacional como por razones ecológicas. Se calcula que la superficie que ocupan los cafetales en la actualidad ronda las 200 mil hectáreas. La importancia de conservar esta área ecológica salta a la vista cuando se considera que la superficie total de bosque en El Salvador es de apenas 217 mil hectáreas. Así, si desaparecen los cafetales, se perderá prácticamente el 50% del área forestal del país. En este sentido, la pérdida de los cafetales sería más catastrófica desde el punto de vista ecológico que desde el estrictamente productivo-económico.

Es fundamental, pues, que se implemente un plan nacional para combatir la roya y que se destinen los recursos necesarios. Pero esto no puede ser solamente a costa del Estado y del Presupuesto Nacional. Los cafetaleros han sido maestros en privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Si hoy reciben ayuda del Estado para salvar las plantaciones de café, mañana, cuando estas vuelvan a producir, deberían restituirla. Sus exigencias de recibir ayuda estatal deberían ir acompañadas por un compromiso claro de compartir las ganancias, no solo las pérdidas. Y ese compromiso debería materializarse, antes que nada, en salarios decentes y estabilidad laboral para los trabajadores del sector, así como en su incorporación al Instituto Salvadoreño del Seguro Social y al sistema de pensiones.

En definitiva, salvar los cafetales debe ser una prioridad nacional por razones de lógica tanto ambiental como económica. Y en esta última, el acento no recae en los propietarios de los cafetales, sino en el bienestar de las miles de familias que dependen del sector, y para las cuales el café ha sido siempre amargo.

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Anónimo
08/02/2013
20:59 pm
La historia ha demostrado, que cuando las tierras no producen voluminosas ganancias, en este caso, por los altibajos del precio del café, o por la baja producción debido las enfermedades, como la roya, los ahora propietarios de estas tierras no les interesa invertir en el combate y prevencion de las plagas que afectan los cafetales, simplemente trasladan el problema al gobierno, pues ellos muy bien saben el daño ecológico que causaría al país y la agudización del deterioro económico a las familias campesinas, que ponen sus esperanzas de sobrevivencia en las cortas del café. El estado tiene la obligación de ayudar a evitar estos problemas, pero eso si, sobre un enfoque que garantice mejores prestaciones sociales, económicas y culturales de las familias campesinas, asi como crear un fondo de las ganancias del café para realmente invertirlas en la investigaci
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