Camino para la verdad y la reconciliación

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Editorial UCA
14/03/2016

La semana pasada, como parte de las actividades que la UCA organiza en pro de la memoria histórica y la búsqueda de verdad, justicia y reparación para las víctimas del conflicto armado, se celebró el octavo Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador. El Tribunal no tiene carácter oficial ni jurídico; su fin principal es ofrecer un espacio a las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos por parte de la Fuerza Armada y los antiguos cuerpos de seguridad, para que puedan contar su historia, para que den a conocer lo que padecieron en carne propia.

A lo largo de sus ocho ediciones, en el Tribunal se han presentado casi un centenar de casos de sucesos que tuvieron lugar en El Salvador en los años de la guerra, principalmente en la década de los ochenta. Casos de torturas, desapariciones, masacres, desplazamientos forzados… todos ellos crímenes de lesa humanidad perpetrados por agentes del Estado salvadoreño de entonces. Casos que han sido debidamente investigados por los organizadores del Tribunal, tanto en lo que respecta a los hechos como a sus responsables. En este sentido, el punto más importante es el testimonio de las víctimas, quienes ocupan el lugar central en el Tribunal. Cuando hablan y cuentan su historia, es fácil percibir el tremendo dolor que llevan dentro, el enorme sufrimiento causado por la acción inhumana y atroz de los cuerpos militares, paramilitares y policiales de la época.

Los testimonios son impresionantes tanto por la claridad de los recuerdos como por la dureza y sadismo con que actuaron los victimarios. Es difícil imaginar tanta crueldad y saña contra población civil, indefensa y desarmada. Por ello, es irresponsable dejar en el olvido lo que sucedió en aquellos años de guerra fratricida. No hay que perder nunca de vista que el Estado cometió delitos contra la humanidad al arremeter sistemáticamente contra los derechos de población civil bajo la excusa de luchar contra la subversión, al excederse en el uso de la fuerza, al violar y torturar a diestra y siniestra, al obligar a la gente a huir de sus hogares, al quemar ranchos y pertenencias. Delito es también que los victimarios se amparasen en sus uniformes y actuaran en nombre del Estado.

Oyendo a las víctimas se toma conciencia de que la política de perdón y olvido, impuesta con la finalidad de dejar en la impunidad todos estos atroces hechos, constituye el principal obstáculo para la reparación del sufrimiento y dolor causados. El reconocimiento de la verdad, el que se conozca la historia completa y quiénes fueron los responsables de esas graves violaciones a derechos humanos, es un primer paso para reparar el dolor y restaurar la dignidad de las víctimas. Por el contrario, negar la realidad es levantar una inmensa brecha que no solo impide la justicia, sino también la reconciliación.

El Tribunal para la Aplicación de la Justicia Restaurativa quiere contribuir a la restauración de las víctimas, iniciar el proceso de cicatrización de las heridas, necesario para la construcción de un nuevo tejido social fundamentado en la verdad. Por supuesto, el Tribunal no busca ni puede sustituir a la justicia oficial, pero sí exigir a las entidades gubernamentales encargadas de impartirla que cumplan con su responsabilidad; esa que han evadido a lo largo de tantos años al dejar todos esos crímenes en la impunidad. Por su parte, lo que las víctimas desean es que se reconozca que fueron atropelladas, que sus derechos fundamentales fueron violados; buscan que los victimarios muestren arrepentimiento por sus crímenes y pidan perdón; y que el Estado repare moral y materialmente el daño causado.

Esa es la verdadera justicia, la que restaura y repara tanto a las víctimas como a sus victimarios. La única que puede liberar a ambas partes de nuestro nefasto pasado, de la culpa y del horror. No se puede seguir pidiendo a las víctimas que callen, que no exijan verdad, justicia y reparación. Ese llamado supone que renuncien a sus derechos fundamentales, que sigan cargando su dolor y que contribuyan a perpetuar la impunidad. Con esa petición, se le da la razón a los victimarios y se sigue culpabilizando a las víctimas. Conocer la verdad y aceptarla es lo que genuinamente libera, y mucho más si ello va acompañado de una solicitud de perdón por parte de los que cometieron esos horrendos hechos. Este es el único camino para superar el pasado y construir un futuro distinto; este es el único camino a la reconciliación, que una vez más las víctimas nos invitan a transitar.

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