La campaña electoral para la Presidencia de la República sigue vacía de programas de gobierno. No hay planes serios de reforma fiscal, a pesar de que sin ella no se podrá lograr ni una décima parte de lo que se dice y promete. Da la impresión de que ningún partido sabe qué caminos debe recorrer una reforma fiscal que garantice una mayor inversión pública en desarrollo. El plan El Salvador Educado calculó el monto de inversión indispensable para alcanzar una educación de primer nivel en diez años. Dicha inversión supone, de entrada, duplicar el presupuesto destinado a educación. Pero hasta la fecha el incremento del dinero dedicado a educación no ha alcanzado ni siquiera un 10% de lo estipulado. Es simple: no habrá educación para todos sin reforma fiscal.
Los políticos ni tienen programas serios para solventar los problemas en pensiones, salud, vivienda y seguridad, ni parecen saber los pasos que hay que dar para alcanzar el desarrollo. Llegan al poder y redactan documentos en los que recogen los buenos propósitos y el vocabulario en boga dentro del marco del desarrollo internacional. Pero las palabras no van acompañadas de compromisos sobre cifras concretas de inversión. Sería interesante que los candidatos expusieran las medidas gubernamentales, legales e institucionales que impulsarían para reducir la pobreza a la mitad en sus cinco años de gobierno. La realidad es que prometen irresponsablemente sin tener estrategias elaboradas para cumplir lo ofrecido.
La incapacidad y falta de ideas de los políticos se observa con claridad en la lentitud, retrocesos, trampas y mentiras que tanto han abundado en el proceso de elaborar una ley que garantice a todos los salvadoreños el derecho tanto al agua potable como al saneamiento sin fines de lucro. Y aunque las leyes son necesarias, los programas que las hacen realidad son indispensables para generar confianza ciudadana. En este sentido, preocupa que ninguno de los candidatos diga en un programa de gobierno en cuántos años todas las viviendas salvadoreñas tendrán servicio de agua potable.
En ausencia de programas de gobierno serios y bien elaborados, los debates presidenciales no son más que espacios para la cháchara, citas para verter palabras inútiles que lo más que logran es producir algún espejismo. Y esa es precisamente la tendencia de la propaganda política: crear imagen. Una imagen que tiene más de apariencia que de contenido real. Por ejemplo, mucho se habla de democracia, pero ningún candidato se atreve a afirmar que nombrará a un civil como ministro de defensa y que le encargará la tarea de apoyar las reclamaciones judiciales de las víctimas de la guerra. Urgen programas de gobierno que puedan ser conocidos y evaluados por los ciudadanos. Programas concretos, que mencionen caminos de solución a los múltiples problemas de El Salvador y que vayan acompañados de cifras, de mecanismos de acción y de rendición de cuentas.
No enfocar adecuadamente los problemas lleva a un deterioro grave de la democracia. La burla de los deseos de la población conduce a la migración, al desánimo, a formas muy diversas de decepción en el liderazgo y al fortalecimiento de la confianza en la ley del más fuerte. Si los candidatos quieren crecer en democracia y sembrar confianza ciudadana, deben presentar programas bien elaborados y someterlos a evaluación pública; deben abandonar el tipo de campaña basada solo en huecas palabras hermosas.