La realidad se va imponiendo poco a poco. Y aunque los responsables de la seguridad pública en el país se esfuercen por minimizar la presencia y el accionar del crimen organizado, temas como el narcotráfico están dejando de ser tabú y se van posicionando en la sociedad civil como problemas de primer orden. Y es que Centroamérica va dando pasos preocupantes en el camino que conduce al imperio de la ilegalidad y la impunidad. Desde una lectura de la evidencia empírica, de los hechos, es posible afirmar que la región ha recorrido un camino de cuatro grandes etapas.
En primer lugar, desde hace muchos años, Centroamérica ha pasado a ser reconocida como un corredor de la ilegalidad. El istmo es utilizado para el tráfico de armas, personas, vehículos robados y, por supuesto, drogas. Lamentablemente, somos zona de enlace entre el principal productor de drogas a nivel mundial y el principal consumidor de esta. Somos, entonces, un puente importante para el tráfico de diverso tipo.
En segundo lugar, Centroamérica se fue convirtiendo en una especie de bodega del narcotráfico. El territorio centroamericano, además de ser una de las escalas en la ruta de la droga hacia su destino, pasó también a ser depositario de mercadería ilícita, con la consecuente cuota de consumo interno que ha dañado nuestro tejido social y que, sin duda, ha incidido de una manera fundamental en el aumento de la violencia delincuencial, sobre todo en los tres países que conforman el triángulo norte de la región. El consumo interno de droga, el narcomenudeo, las disputas de territorios, la utilización de las pandillas y el deterioro de la juventud son aspectos clave de los elevados índices de violencia que padecemos.
En tercer lugar, y de acuerdo a investigaciones de especialistas en el tema, a partir de fechas recientes, la región centroamericana se ha convertido en un gigantesco centro de servicio para el crimen organizado, especialmente para el narcotráfico. Ante las medidas represivas implementadas en Colombia y en México, los narcotraficantes han desplazado sus operaciones a la región centroamericana. El Salvador, al ser un país dolarizado, es el que mejor perfil ofrece para el lavado de dinero proveniente de los negocios ilícitos del crimen organizado. A nivel nacional, el hallazgo en 2010 de barriles que contenían casi 15 millones de dólares es solo un signo que da idea de las ingentes cantidades de dinero que manejan los narcotraficantes.
A nivel regional, sobresale la detención el pasado 20 de agosto de una caravana de microbuses identificadas con el logotipo de la empresa mexicana Televisa. De acuerdo a las autoridades nicaragüenses, en los vehículos encontraron 9.2 millones de dólares en efectivo ocultos y rastros de cocaína. Según los registros, esa caravana atravesó el istmo 27 veces en los últimos dos años. ¿Qué hacían 8 vehículos equipados con tecnología televisiva transitando reiteradamente por la región? ¿Cómo pudo una caravana de este tipo cruzar tantas veces los puestos fronterizos sin ser detectada? ¿Cómo es que una empresa de ese perfil no sabía nada del asunto? Aunque la empresa mexicana se desligó del hecho, las investigaciones han demostrado que efectivamente los microbuses son de su propiedad y que, hasta el día de su detección, no tenían reporte de robo ni infracciones. Este hecho es también solo una muestra de la variedad y el peso de los actores involucrados en el negocio.
Y finalmente, en cuarto lugar, indagaciones recientes revelan que Centroamérica se está convirtiendo en productora industrial de droga. La incautación de cargamentos de precursores de narcóticos y los descubrimientos de cocinas artesanales para la producción de droga sintética, sobre todo en Guatemala y Honduras, revelan que Centroamérica va evolucionando a ser no solo corredor, bodega y centro de servicios, sino también productor de droga. Como dijimos al inicio, la realidad se impone. Y aunque hablar del crimen organizado y del narcotráfico no cambia nada, es la primera condición para que las autoridades se vean obligadas a enfrentar con seriedad el problema. Es cada vez más absurdo insistir en que la mayoría de la violencia es a causa de las pandillas cuando la realidad grita que el crimen organizado es uno de sus protagonistas principales. En consecuencia, es también absurdo pensar que los homicidios bajan únicamente por un pacto entre las pandillas cuando los que más violentan al país son los que manejan los hilos del crimen organizado, que no viven en mesones, sino en mansiones. Por eso, es bueno que se hable del crimen organizado: para visibilizarlo, llamarlo por su nombre sin ambages y actuar de una vez por todas en su contra.