“El mundo quiere ser engañado; por tanto, que se le engañe”, reza una vieja locución latina. La sentencia calza con lo que sucede en El Salvador desde hace algunos años. Pero más allá de caer en la tentación fácil de responsabilizar a la gente por creer en mentiras, hay que centrarse antes en quienes con premeditación y alevosía se aprovechan de las necesidades y buena voluntad de las personas para engañarlas. En campaña electoral, muchos ciudadanos bajan la guardia y creen en promesas irrealizables. El problema se agrava cuando la confianza se mantiene en quienes ya en el Estado hacen lo contrario a lo que como candidatos ofrecieron y a lo que hoy predican.
Este cinismo que se ha apoderado de la política nacional va más allá de la simple hipocresía; se expresa como obscenidad descarada y falta total de vergüenza a la hora de mentir o defender acciones condenables. Se engaña sin remordimiento ni pudor. Se condena los vicios de otros aunque estos se practiquen con creces. Se usa cualquier recurso dramático, retórico y mediático para construir puestas en escena que benefician los intereses del grupo en el poder. La grandeza, el honor, la decencia y el afecto son solo piezas de utilería en la farsa que se ha montado. Se usa la violencia y se violan derechos humanos argumentando que se lleva a cabo una obra de salvación.
Con firmeza y convicción se condena el nepotismo mientras este crece en los puestos de gobierno. La bandera de la anticorrupción sigue enarbolada mientras se oculta toda información sobre el uso de los recursos públicos y no se rinde cuentas. Se despotrica por la falta de democracia en tiempos pasados mientras se camina sin disimulo hacia el autoritarismo. Se llamó “mil veces malditos” a aquellos que antes pactaron con las pandillas mientras en las sombras se consolidaba un nuevo contubernio con ellas. Un cinismo de esta naturaleza no merece la confianza de nadie, salvo de aquellos que resultan beneficiados por la corrupción y el autoritarismo.
La situación de engaño es responsabilidad de quienes lo traman y lo escenifican, sí. Sin embargo, los engañados tienen parte de responsabilidad. Ante las evidencias contundentes, el que no ve es porque prefiere estar ciego. Como dice un proverbio árabe: “La primera vez que me engañes, será culpa tuya. La segunda será culpa mía”. Cuando despierte, esa segunda culpa abrirá los ojos a un país en ruinas.