Comencemos por combatir el hambre

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Editorial UCA
09/05/2013

Los domingos por la mañana, más de 100 ancianos (la mayoría, indígenas) llegan a las instalaciones del Centro de Desarrollo Artesanal de Nahuizalco. Algunos, desde lugares lejanos, caminando hasta dos horas para recibir el plato de comida que les ofrecen los voluntarios de la asociación de artesanos de la localidad. Pero no todos los domingos el cansancio de la caminata es compensado por la comida. No todas las semanas los voluntarios logran juntar los 25 dólares con los que alimentan al grupo. Los ancianos son pobres entre los más pobres del país. Usualmente, algunos solo comen tortilla con sal; en tiempos de cosecha, aprovechan las frutas de estación. Según dicen algunos de ellos, la que les dan el domingo es la única comida formal que hacen durante toda la semana.

Por lo general, a nadie le gusta hablar del tema. Preferimos que pase inadvertido, porque el hecho de que en El Salvador muera gente de hambre es una vergüenza no solo para las autoridades, sino para toda la sociedad. Admitir que alguien fallece por esa causa es equivalente a admitir una especie de asesinato en el que todos tenemos algo de responsabilidad. En lugar de ello, se dice que la gente muere por otras razones, aunque en definitiva se sabe que tienen de fondo la falta de alimento. Por ejemplo, preferimos hablar de desnutrición. Es menos duro admitirlo, porque implica que, aunque sea poca y mala, hay algo de nutrición en las personas.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) estima que, en la actualidad, hay 49 millones de latinoamericanos que padecen desnutrición. El informe del Programa Mundial de Alimentos de 2011 revela que 19 de cada 100 niños salvadoreños de entre 6 meses y 5 años de edad sufren desnutrición. Guadalupe Valdés, coordinadora del Frente Parlamentario contra el Hambre en América Latina, estima que el país podría presentar tasas de hasta 30% de población que padece hambre. Es decir, en El Salvador se pasa hambre y hay familias, sobre todo en el área rural, que no pueden garantizarles a sus niños una adecuada y completa alimentación. Las tasas de hambre en la población de la tercera edad ni siquiera son objeto de medición por parte de las autoridades.

Uno de los mitos acerca del hambre es que no hay suficientes alimentos para todos. Nada más falso. Está comprobado que en el mundo hay suficiente alimento como para que todo ser humano tenga lo necesario para vivir una vida sana y productiva. Lo que pasa con la comida es lo mismo que con todos los demás recursos: se concentra en pocas manos, y para colmo de males se desperdicia. La FAO estima que cada año, principalmente en los países ricos tanto del Primer Mundo como del Tercer Mundo, se tiran a la basura o se echan a perder por simple descuido 1,300 millones de toneladas de alimentos; una cantidad más que suficiente para acabar con el hambre en el planeta.

Pero volvamos a El Salvador. De acuerdo a una investigación de Fespad y Christian Aid presentada este año, el número de compatriotas que atraviesa dificultades para comer se acerca al millón de personas; el país tiene hoy el mismo número de niños, mujeres y hombres desnutridos que hace 20 años; y una de cada ocho personas no tienen suficientes alimentos para comer, ni en calidad ni en cantidad. De acuerdo al estudio, el país necesita invertir en la lucha contra el hambre 1,480 millones; una cifra menor al monto estimado de la evasión fiscal empresarial: 1,700 millones.

Esos impuestos que no pagan las empresas podrían destinarse directamente a superar este problema estructural. El hambre de la gente debería ser el primer tema en la agenda de los políticos y en la del Gobierno. Pero a ellos, estén en el poder o en campaña, les resulta más rentable enfrascarse en discusiones alejadas de los temas que más afectan a la población. En lugar de gastar en viajes de dudoso beneficio y comprar flotillas de carros de lujo, costosas obras de arte para colgar en las pasillos de sus despachos, licores finos para fiestas oficiales, corbatas de seda y joyas para engalanarse; en lugar de estar pensando en adquirir aviones de segunda, deberían atender las necesidades básicas de nuestra gente. En tiempos de crisis, luchar contra el hambre es promover el trabajo y el salario decente. Las empresas grandes no pueden ser exitosas en pueblos fracasados y con hambre. Mientras no entendamos esto, será en los nobles de corazón, como los artesanos de Nahuizalco, que seguirá descansando la tarea de atender a ancianos que cada domingo buscan satisfacer una necesidad cuyo derecho debería estar resuelto desde siempre.

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Anónimo
10/05/2013
10:31 am
Me parece muy acertado este articulo y me parece que tanto el gobierno como las empresas y nosotros mismos podemos de alguna manera colaborar con estas entidades que benefician a la pobre gente que no tiene ni para comer
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