El Salvador vive en constante conflicto; una dinámica que no pocos disfrutan. De hecho, entre nosotros, las personas conflictivas suelen gozar de admiración. Provocar, agredir verbalmente, desprestigiar son actos bien vistos en el país; actos que responden a la cultura machista y que hacen profundo daño, pues causan violencia y profundizan las divisiones sociales. En sí mismo, el conflicto no es malo. Los hay buenos, como los que surgen de la reivindicación de derechos humanos y laborales que son negados; de la exigencia de justicia social, condiciones de vida digna y trato respetuoso para todos. Estos conflictos, y su adecuada solución, suelen generar cambios positivos y necesarios para el bien común.
El problema son aquellos que surgen por la imposición de la voluntad de un grupo sobre otro, los que responden a caprichos y a orgullos de particulares, a diferencias sin importancia entre organizaciones. Conflictos estériles que muestran intolerancia e incapacidad de diálogo, y la creencia de que se posee la razón y la verdad. Este tipo de conflicto no suele aportar ningún cambio beneficioso para la sociedad; más bien, al no tener solución armoniosa, generan sentimientos de frustración y agresividad que permanecen en el tiempo, minado así la cohesión social y la confianza entre los ciudadanos.
Ejemplos de estos conflictos inútiles se dan a diario, de distintas formas y complejidades. El vecino que se empeña en deja su carro en un lugar sabiendo que ello le molestará a otro, el que pone la música a todo volumen incomodando al resto, el empresario que se adueña de una vía pública e impide el paso, el partido o iglesia que excluye de la organización comunitaria a quienes no comulgan con su credo. Igualmente estériles son los conflictos que se dan entre los grupos parlamentarios cada vez que toca aprobar el presupuesto del Estado, elegir funcionarios o discutir ciertas leyes. Actualmente, triste y penoso es el conflicto entre el Gobierno saliente y el entrante, que impedirá una transición ordenada, una entrega de la gestión gubernamental en regla, lo que sin duda ocasionará perjuicios al país.
Esta conflictividad sin provecho no es buena para ninguna sociedad; no debe seguir alimentándose. Los salvadoreños debemos saber distinguir entre los conflictos que tienen una causa legítima y ayudan a que el país avance hacia la justicia, la democracia y el respeto a los derechos humanos, de aquellos otros que por responder únicamente a intereses particulares no suponen ningún beneficio para el colectivo. Estos últimos deben ser denunciados y rechazados de inmediato a fin de privilegiar el entendimiento y la reconciliación. Las energías nacionales deben estar puestas en aquello que genera consenso y está en la ruta del bien común.