Muchas voces siguen alzándose ante el triste fenómeno de la violencia que vivimos a diario en El Salvador. A raíz del horrendo crimen en Mejicanos, y de otros crímenes siempre horribles que se han venido sucediendo casi a diario en las dos últimas semanas, la población sigue muy preocupada y deseosa que la violencia termine de una vez por todas. Probablemente uno de los sueños más anhelados por todos sea una sociedad sin violencia y con un alto índice de seguridad ciudadana.
La quema del microbús en Mejicanos con sus pasajeros a bordo es un crimen de tal magnitud, muestra una crueldad tal, que no ha dejado indiferente a nadie, ni en El Salvador ni en todos aquellos países que han sabido del hecho. Por ello, el impacto producido en la sociedad entera es una oportunidad única para iniciar un proceso nuevo, lo más integral y serio posible, que proponga una estrategia de lucha sin tregua contra todo tipo de violencia y todo tipo de criminalidad.
Si nos mueve a todos a tomar en serio la lucha contra la violencia, venga ésta de donde venga, el horrendo crimen marcará un hito en la historia de nuestro país y será recordado como una gran tragedia que hizo despertar a un país dormido. Pero también hay dos peligros: uno, que el temor se generalice y nos paralice aún más, y, dos, que ante una situación tan difícil y que genera una emergencia nacional, se dé una respuesta inmediatista, parcial y descoordinada, que busque, antes que resolver el problema, responder con remiendos a las demandas de la población. La ley antipandillas y el restablecimiento de la pena de muerte son dos muestras de esto último.
El crimen es una epidemia en nuestro país. Y, en cuanto tal, tiene raíces muy profundas y solo pues ser vencido atacando sus causas. El combate contra este flagelo requiere de una estrategia a mediano plazo, que parta de un buen diagnóstico de la situación, que esté bien estudiada, bien planeada, realizada con el apoyo de todas aquellas personas que conocen del tema y desean aportar. Un plan que aborde los múltiples aspectos que están relacionados con la violencia y el crimen en nuestro país. Pues no hay que olvidar que las redes criminales están bien organizadas; tienen mucha capacidad de acción, líderes que pasan el día pensando cómo seguir haciendo mal y muchos recursos. Son realmente astutas como serpientes y poderosas.
El objetivo principal de la estrategia a formular debe ser acabar con el crimen en cualquiera de sus formas y devolver a este pueblo la paz y la seguridad ciudadana. Esto no se podrá conseguir en un día, ni en un año; es un proceso largo. Pero cada avance que se dé, por pequeño que sea, será muy importante. Además, esta estrategia no será exitosa si su aplicación descansa únicamente en manos de la Policía, la Fiscalía y el poder judicial. Ciertamente, estas instituciones son claves en la lucha sin cuartel contra la delincuencia, y deben mejorar enormemente para hacer bien su labor. Pero solas no podrán acabar con el problema. La estrategia que se defina debe asignar responsabilidades y tareas concretas a todos los ministerios, a todas las instituciones y a la ciudadanía misma. Cada quien debe aportar desde su propio ámbito. Unos trabajarán en la prevención; otros, en la transformación social; otros, en la formación en valores; otros, en la participación ciudadana... En la tarea que enfrentamos, hay trabajo para todos.
Definir esta estrategia que nos garantice un mejor futuro y mayor seguridad ciudadana es urgente. Se requiere de gran claridad, de mucha firmeza, de una tremenda constancia y de todo el apoyo institucional y ciudadano. Se requiere creatividad y disposición a buscar caminos nuevos y siempre respetuosos de los derechos humanos. Ojalá se puedan poner de acuerdo pronto los políticos en ello, así como lo han hecho cuando en verdad algo les interesa.
Jesús, en uno de sus sermones más famosos, que constituye una auténtica perla del cristianismo, proclamó las Bienaventuranzas. Entre ellas, "Bienaventurados los que trabajan por la paz, pues ellos serán reconocidos como hijos de Dios". Hoy en El Salvador, trabajar por la paz se ha convertido en una de las principales y más desafiantes tareas. Pongámonos todos manos a la obra.