Es frecuente oír que la clave para la creación de empleo y el crecimiento económico es la inversión extranjera, y que por ello hay que fomentarla, dándole todas las facilidades posibles a los capitales transnacionales. Algo de verdad hay en eso, pero no es el único camino. Apostarle únicamente a la inversión externa y favorecerla por sobre la nacional es creer que El Salvador no es capaz de salir adelante por su cuenta, que solamente puede hacerlo de la mano de otros. El país tiene la capacidad de crear empleos; hay grandes capitales salvadoreños que podrían invertir, pero que no lo hacen por diversas razones.
En la actualidad, una de las excusas preferidas es la supuesta falta de seguridad jurídica, que no hay claridad a mediano plazo sobre las reglas del juego. Sin embargo, durante los 20 años de gobierno de Arena, el empresariado nacional no solo tuvo claras las reglas del juego, sino control casi absoluto de ellas. A pesar de esto, no invirtió en El Salvador; más bien, hubo un afán de vender los bienes nacionales (bancos y empresas estatales) al capital extranjero.
Tampoco es válido decir que no hay inversión privada en El Salvador por falta de recursos. Los hay y en abundancia, pero buena parte de ellos han sido sacados a paraísos fiscales o son invertidos en otras latitudes. Esto es una muestra clara de la falta de confianza en el país y en su gente; una señal de que no se cree en El Salvador. Y esa falta de fe en el futuro patrio es uno de los factores que empujan a nuestra juventud hacia el Norte. En muchos casos, para emigrar se contratan los servicios de un coyote, que en la actualidad cobra entre 5,000 y 8,000 dólares por cada persona que traslada. Con esa cantidad de dinero se podría obtener un medio para ganarse decentemente la vida acá o cubrir los costos de una carrera universitaria. Pero antes que fundar un negocio propio o formarse como profesional, muchos prefieren correr el riesgo de emigrar a Estados Unidos.
Ante las dificultades y problemas de nuestra sociedad, lo más fácil es desentenderse, buscar cómo resolver los propios y vivir según el "sálvese quien pueda". Pero de ese modo solo se encuentran soluciones temporales. Si de verdad pretendemos salir adelante, debemos emprender soluciones colectivas. Parte de los problemas que hoy tenemos son el resultado de que poco o nada se haya hecho para sacar a la mayoría de la población de la pobreza y que todos los salvadoreños puedan gozar de las mismas oportunidades para realizar su proyecto de vida. Las élites que han gobernado solo se han ocupado de sí mismas, de la defensa de sus intereses, dejando de lado las legítimas aspiraciones de la población.
El único camino posible para El Salvador es que nos salvemos todos. Eso supone necesariamente creer que como pueblo tenemos la capacidad de superar las dificultades y salir adelante, que como sociedad tenemos los valores necesarios para construir un mejor futuro. Es necesario recuperar la confianza en el país y en su gente. Entre nuestros vecinos y en muchas partes del mundo se tiene la opinión de que somos un pueblo trabajador, con espíritu de superación, capaz de rebuscarse, que no se amedrenta ante las dificultades. Esto no puede quedarse solo en fama, debe seguir siendo una realidad. Será en base a esos valores y a la solidaridad entre todos que El Salvador saldrá adelante y construirá un futuro digno y justo para todos; será así o simplemente no será.