Cuestión de humanidad

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Editorial UCA
18/06/2014

Las autoridades estadounidenses han reconocido que el flujo de niños migrantes centroamericanos hacia su país se está convirtiendo en un grave problema humanitario. El vicepresidente de la nación del norte, Joseph Biden, llegará a fines de esta semana a Guatemala para reunirse allí con el Presidente chapín y con el de El Salvador, así como con un representante del mandatario hondureño. Sus declaraciones previas no permiten esperar nada bueno. Todo se reduce a decir que los niños podrán ser deportados, que no hay perspectivas migratorias mejores para ellos, que no es seguro enviarlos hacia Estados Unidos, y menos en manos de una organización criminal, etc. El drama de los niños que migran sin compañía de un pariente adulto, que desean reunirse con su familia y a los que las autoridades migratorias les impiden encontrarse con sus padres, no parece tener mucha importancia para Biden. Con el simplismo propio del poder político estadounidense, para él, lo importante es asegurar que no lleguen.

El hecho es que el número de niños que migran hacia Estados Unidos sigue creciendo. En 2013, la cifra de los niños detenidos fue de 24,493; en lo que va de este año, se registran más de 47,000. Algunos analistas de las dinámicas migratorias dicen que la cantidad de migrantes menores de 18 años de edad detenidos podría llegar este año a 90,000. De este impresionante número, tres cuartas partes corresponden a niños de Guatemala, Honduras y El Salvador. Desde la UCA hemos denunciado reiteradamente la terrible realidad de los migrantes, que se agrava en el caso de los infantes. La investigación de la Universidad ha producido tanto informes como libros, y en todos se resalta el drama de ese peligroso peregrinaje hacia el Norte. Los abusos que sufren los migrantes en México se asemejan por su dureza y crueldad a los crímenes de lesa humanidad. Y la recepción en Estados Unidos está impregnada de un agudo maltrato. El muro de Arizona no es una simple construcción física, sino la prueba de que el espíritu de segregación racial todavía continúa firme dentro de muchos estadounidenses. Los derechos de la nación se ponen por encima de los derechos del niño con inhumana facilidad.

En la reunión, Biden insistirá en que los Gobiernos centroamericanos deben evitar que nuestros niños vayan hacia el Norte y prometerá un poco más ayuda económica para desarrollar el istmo. Pero las condiciones económicas y la violencia continúan empujando gente hacia fuera. Y quienes se fueron hace algunos años y han logrado establecerse quieren llevarse a sus hijos. Mientras Estados Unidos no sea capaz de hacer una reforma migratoria digna, que reconozca como residentes a todos los migrantes con trabajo y les dé la oportunidad de reunificación familiar, el problema continuará. Ya hace quinientos años la moral católica reconocía que toda persona tiene el derecho a asentarse donde le plazca con tal de que no dañe a otras personas. Los moralistas de aquel entonces lo consideraban un derecho de gentes, es decir, un derecho natural. Y lo basaban en la universal tendencia migratoria de la humanidad. Sin migración, ningún país sería el que es en la actualidad, y mucho menos Estados Unidos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge esta tradición en los artículos que van del 13 al 15, en los que se habla de libre salida y entrada a un país, derecho a asilo y derecho a cambiar de nacionalidad.

Es cierto que tenemos un problema en Centroamérica y que la justicia social no brilla entre nosotros. Es cierto que hemos sido incapaces de construir una cultura de paz que evite la epidemia de violencia, que cada vez se hace más insoportable. Pero nuestros niños son víctimas de todo eso. Y su envío a Estados Unidos se enmarca casi siempre en el deseo de huir de la pobreza y de la violencia que ha dado origen a tantas migraciones en la historia de la humanidad. Por supuesto, también se enmarca en el deseo básico y natural de la reunificación familiar. Olvidar que los niños son menores, impedirles el reencuentro con sus padres, aunque estos no tengan papeles, es un acto de inhumanidad. Será inhumano enviarlos con coyotes, pero impedir la reunificación familiar lo es aún más. Estados Unidos dice que es un país civilizado. ¿Lo es? El discurso de Biden diciendo que "no hay luz al final del túnel" para estos niños no deja esa impresión.

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