Olvidar a los pobres es difícil, porque abundan, están siempre presentes. Sin embargo, abunda también una cultura que trata sistemáticamente de negarlos o invisibilizarlos. Se crean residenciales exclusivas, zonas, comercios y lugares de diversión donde la gente puede moverse sin riesgo de toparse con la pobreza. Se mantienen salarios deficientes y las instituciones de protección social excluyen a grandes sectores de la población. Pocos se preocupan de que el Estado no tenga una política eficiente y decidida de lucha contra la pobreza. Los políticos hablan de grandes obras que generarán riqueza, pero rara vez corrigen las desigualdades injustas ya establecidas.
Los presupuestos nacionales muestran la indiferencia ante los pobres. Incluso los programas existentes para superar la pobreza son los que más fácilmente sufren recortes en beneficio de otras actividades. A pesar de lo difícil que es olvidar a los pobres, los factores culturales que llevan a despreciarlos han tenido el predominio suficiente como para que una tercera parte de la población permanezca en la pobreza y otra cantidad más o menos igual esté en riesgo de caer en ella.
En El Salvador, los gestos de olvido de los pobres se repiten con frecuencia. De hecho, la pobreza se mantiene alta y la inversión en la lucha contra la pobreza ha venido descendiendo. El hecho de que los impuestos regresivos tengan en la práctica más importancia y apoyo estatal que los impuestos progresivos es otra señal de indiferencia ante las necesidades de los pobres y una especie de mecanismo para hacer más ricos a los ricos mientras muchos pasan necesidad. A sabiendas de que la alimentación que se da en las escuelas ha bajado de nivel y cantidad, a la hora de transferir dinero a Hacienda para pagos, se le quita al Ministerio de Educación mucho más que a otras dependencias.
Al campesinado, en vez de darle protección y apoyo para garantizar la seguridad alimentaria del país, se le mantiene en una situación que impulsa sistemáticamente a la migración hacia las ciudades o hacia el exterior. Las empresas constructoras de viviendas de clase media no tienen reparo en controlar el agua de los lugares donde establecen sus proyectos residenciales y privan de su derecho a los campesinos y a la población del entorno. A la cárcel van sobre todo los jóvenes de las colonias marginales, muchas veces sin garantías judiciales de que tengan pronta y debida justicia.
Olvidar a los pobres es permanecer en el subdesarrollo, tanto económico como moral. Un país que no apuesta con energía por vencer la pobreza mantiene una violencia estructural que genera diversas formas de sufrimiento. Cierto tipo de migración, la corrupción, la desigualdad, la violencia e incluso el autoritarismo son fruto de la violencia estructural. También la rebeldía primitiva que opta por la violencia delictiva que tanto daño ha causado en el país. Con frecuencia, los gobernantes prefieren el espectáculo y la propaganda, las grandes obras que dan apariencia de desarrollo, mientras en paralelo ocultan la pobreza. Si no se invierte en los pobres, si no se les apoya, las grandes obras será insuficientes. Revisar el funcionamiento del Estado, teniendo como prioridad la superación de la pobreza, es la única manera de tener un futuro en el que la fraternidad, la paz y el desarrollo caminen de la mano.