En los últimos días, no ha habido medio de comunicación ni espacio de opinión que no aborde la aparentemente repentina decisión del Gobierno de entablar relaciones diplomáticas con China y terminarlas con Taiwán. Los analistas que igual hablan de la elección de magistrados, del problema del agua o del caso Saca de repente se han vuelto especialistas en asuntos chinos. ¿Qué es lo que está de fondo en la polémica? Sin duda, en buena parte, la dinámica política que caracteriza a El Salvador, la crispación de un país en permanente campaña electoral, porque, en realidad, la decisión gubernamental poco tiene de extraordinaria. De hecho, en Centroamérica, solo Honduras y Guatemala reconocen a Taiwán como país; y en el mundo, solo 17 naciones lo hacen. Incluso Estados Unidos, siguiendo el planteamiento de una sola China, no reconoce oficialmente a Taiwán como nación independiente, aunque le dispense un trato especial.
Algunos objetan la decisión gubernamental por razones económicas, argumentando que quedan en el limbo las inversiones y acuerdos con Taiwán. Sin embargo, China es la segunda potencia económica mundial, un mercado de 1,300 millones de personas y uno de los países de más alto crecimiento. Para El Salvador, entonces, se amplía el horizonte comercial con un socio de estas características. Además, China es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos, y no se condena al Gobierno estadounidense como se condena al salvadoreño. Por otra parte, también cabe atribuir el rechazo a cuestiones ideológicas, a resabios de la Guerra Fría con los que muchos siguen entendiendo la realidad. De hecho, las principales figuras del partido Arena, a la vez que celebraban el natalicio de su fundador, que en nombre del anticomunismo perpetró atrocidades, señalaron la afinidad con Taiwán en valores y principios democráticos como sus principales argumentos para rechazar el establecimiento de relaciones con China.
Lo cierto es que El Salvador ha quedado en medio de la guerra comercial entre las dos potencias económicas que han liderado el comercio mundial en los últimos años. Guerra que, por supuesto, tiene implicaciones políticas e ideológicas, pero que básicamente obedece a la expansión del comercio. La reacción de Estados Unidos ante la decisión del Gobierno salvadoreño confirma que nuestro país sigue siendo parte del patio trasero. China está incursionando en lo que la nación del norte considera su región de influencia, y de ahí la molestia. En este sentido, un sector de los críticos de la medida estaría alineado con el histórico servilismo con los Estados Unidos. En el lado opuesto, quienes la celebran dejan de lado que la vertiente expansionista del país asiático es tan pronunciada como la estadounidense. Unos y otros son piezas de un juego que deciden otros.
Estados Unidos puede tener relaciones con China, pero nuestro país, al que considera su satélite, no, y por ello anuncia castigos económicos. Por su lado, China permite que las potencias brinden un trato preferencial a Taiwán, pero a los países pobres y pequeños les exige que rompan relaciones diplomáticas. Ambas son actitudes de corte imperialista. Los que señalan que detrás de este arreglo con China hay intereses ocultos no dicen nada inteligente. Equivalente sería afirmar que detrás de la relación con Estados Unidos no hay intereses geopolíticos. Aceptan con beneplácito las Zonas Económicas Especiales, pero cuando se dan cuenta de que podrían ser utilizadas por China, las rechazan, como si los países capitalistas tuvieran más consideración a la hora de explotar nuestros recursos y a nuestra gente.
La decisión salvadoreña manda el mensaje de que Estados Unidos no domina la política exterior de este Gobierno. Pero aparte de lo anterior, que constituye el verdadero fondo del problema, no puede soslayarse que la manera en que se tomó esta decisión, en secretismo, sin transparencia y, sobre todo, en un momento poco oportuno, confirma el comportamiento errático de la presente administración. La forma en que se procedió es reprochable y pone a este Gobierno a la misma altura de los que dolarizaron la economía y aprobaron el TLC con Estados Unidos de madrugada y sin decir toda la verdad.