Una de las notas características del momento político que vive el país después de las elecciones presidenciales es la incertidumbre acerca del rumbo que tomará el nuevo mandatario y su todavía desconocido gabinete. La ciudadanía está expectante, pero son pocos los signos que se han dado. Las primeras acciones públicas de Nayib Bukele como presidente electo han sido las reuniones con la embajadora y otros funcionarios del Gobierno estadounidense. Más allá de esos encuentros, al presidente electo no se le ha visto, pero sí se le ha leído. A través de mensajes telegráficos en las redes sociales, ha sentado postura sobre la apertura de plazas en el Gobierno saliente, la construcción del nuevo edificio para la Asamblea Legislativa y la ampliación del TPS para los salvadoreños. Pero de la conformación del gabinete, ni una palabra; por el momento, no hay más que rumores. De hecho, ni siquiera se sabe quiénes integrarán su equipo de transición.
La falta de noticias sobre el nuevo gabinete puede deberse a que la tarea se programó, por prudencia y estrategia, para después del período electoral. De hecho, el Secretario General de Nuevas Ideas dijo recientemente que ya habían definido los perfiles de los puestos del gabinete, pero que aún estaba pendiente ponerles nombre y apellido. Además, una cosa es ofrecer en campaña promesas de solución a los graves problemas del país y otra muy distinta tener que solucionarlos. El Salvador tiene muchos retos en materia de seguridad, salud, educación, economía, protección social, medioambiente y un largo etcétera. Ahora que Bukele ha pasado de aspirar a la presidencia a la realidad de estar muy próximo a ejercerla, sus estrategias y tiempos de actuación han cambiado, alejándose de la hiperactividad pública propia de las redes sociales. A esto hay que sumarle que su relación con la Asamblea Legislativa está hipotecada.
Lo que Bukele no deber perder de vista es que los resultados electorales le han dado una validación social que tiene que corresponder. Aunque aún hay personas y sectores a los que les cuesta reconocerlo, el próximo Gobierno no solo tiene la oportunidad, sino también la legitimidad para hacer las cosas diferentes, en verdad diferentes. La mejor manera de silenciar a sus críticos, a los que le acusan de falta de sustancia, es gobernando para erradicar las diversas manifestaciones de la corrupción en el aparato público y poniendo al Estado al servicio de los sectores menos favorecidos. La población ha demostrado de sobra que está cansada de la incapacidad y deshonestidad de la clase política, y es ese cansancio lo que posibilitó que Bukele ganara la elección. Por ello, el nivel de tolerancia ante errores y desviaciones no será el mismo que con los Gobiernos anteriores.
Si el silencio de Bukele con respecto a su gabinete, su equipo de transición y sus apuestas fundamentales para gobernar se debe a que están haciendo una cuidadosa elección de los funcionarios y un análisis profundo de la compleja situación del país con miras a enfrentarla de la mejor manera, entonces la demora está bien justificada. Si este proceso de decisión no está orientado por el clamor ciudadano de cambio, la esperanza nuevamente será traicionada, y las consecuencias, nefastas.