Deportados: un trato injusto e inhumano

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Editorial UCA
07/07/2013

El Gobierno estadounidense alcanzó en 2012 un nuevo récord histórico: a lo largo de ese año deportó a 409,849 personas. Pero esa cifra no es excepcional. Durante la administración de Barack Obama, han sido deportados casi 400 mil migrantes cada año, una dinámica que muestra el endurecimiento de la política con los migrantes sin papeles. Muchos de ellos son salvadoreños. Con la deportación forzada han visto caer el denominado sueño americano, la ilusión de reunirse con su familia, la esperanza de conseguir un trabajo que asegure un mejor porvenir, la posibilidad de un futuro distinto. En este sentido, la deportación supone una tragedia familiar. Una tragedia que se agudiza cuando el deportado es estigmatizado como delincuente.

En la mayoría de los casos, el delito se reduce a haber viajado sin papeles, sin la visa que las autoridades migratorias mexicanas y estadounidenses niegan sistemáticamente, sin razón ni explicación, a la mayoría de nuestros compatriotas que las solicitan. En otros casos, la falta fue vivir y trabajar en Estados Unidos sin la autorización legal correspondiente. En definitiva, todos han cometido el delito de emigrar a Estados Unidos en busca de un trabajo, en pos de la reunificación familiar o huyendo de la violencia que azota a El Salvador, en especial a los más pobres. Y esa búsqueda no puede considerarse un delito. Además, hoy por hoy, los migrantes sin papeles en Estados Unidos son una fuerza laboral importante que permite que el sistema funcione y que su economía sea más competitiva.

Si las autoridades mexicanas y estadounidenses no fueran tan duras y estrictas en la concesión de visas, si no fueran tan sistemáticas las negativas para otorgarlas, el número de migrantes sin papeles sería mucho menor. La gente viaja y vive sin papeles porque no ha tenido alternativa, pues para la gran mayoría es imposible obtener una visa. Y allí inicia el proceso de migración sin papeles. La gente no lo hace por gusto, sino porque no tiene otra posibilidad. Todos quisieran obtener permisos de residencia y de trabajo, ahorrarse la zozobra constante que supone vivir sin papeles y arriesgarse a ser deportado en cualquier momento.

En los últimos años, y a pesar de los discursos de Obama a favor de la legalización de los migrantes que ya están en Estados Unidos, las deportaciones de centroamericanos no han parado de crecer. Las políticas más permisivas y flexibles del pasado dieron paso a una realidad de persecución y xenofobia contra los migrantes. Los deportados son tratados como delincuentes y sus derechos humanos son violados sistemáticamente durante el proceso de repatriación. Y al llegar a El Salvador, no encuentran un trato más humano: son mal recibidos y tanto las autoridades de Migración como la PNC los tratan con prepotencia e irrespeto.

Es hipócrita que el Monumento al Hermano Lejano les dé la bienvenida a casa, que las remesas sean tan bien recibidas y permitan equilibrar la balanza comercial, mientras que los deportados sean acogidos de tal modo. A pesar de que se sabe que vienen sin nada, incluso sin lo mínimo para pagar pasaje en un bus o llamar a casa de un familiar, se les abandona a su suerte en las terminales del transporte público. Esta falta de humanidad y de respeto por parte de las autoridades salvadoreñas es equivalente a la persecución que sufren los migrantes en México y en Estados Unidos. Estos deportados son nuestros hermanos, tan salvadoreños como cualquiera de nosotros, y merecen un trato fraterno, respetuoso y humano; un apoyo solidario para comunicarse con sus familiares y poder llegar hasta sus casas sin correr riesgos. Las autoridades de Migración y la Policía deben corregir esas actitudes prepotentes, irrespetuosas y groseras.

Los deportados llegan con la profunda tristeza de sus sueños rotos, de haber dejado a su familia en otro país y no saber qué será de su futuro. Esperan y merecen comprensión y apoyo, y eso es lo que debe dárseles a su llegada. Esperan y merecen ser bienvenidos en casa, aunque lleguen con las manos vacías y a la fuerza. Esperan y merecen que nos ocupemos de ellos para que puedan reunirse con su familia en El Salvador sin sufrir abusos ni vejaciones. Desde la UCA, nos unimos a la campaña que pide el cese de las deportaciones, y exigimos que en El Salvador se dé un trato respetuoso y digno a los deportados.

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Anónimo
22/05/2018
12:52 pm
muy buena informacion
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