Es común escuchar que “la salud es lo primero”, porque estar sano es condición necesaria para estudiar, trabajar y llevar una vida plena. Por ello, los médicos y las personas que velan por la salud suelen ser apreciadas. Además, los profesionales de la salud se comprometen públicamente a cumplir los valores universales que defienden la vida. En no pocos países, la calificación requerida para entrar a las facultades de medicina suele ser más elevada que para otras carreras. Quien escoge estudiar medicina sabe que le esperan largos años de preparación y una exigencia permanente de excelencia y actualización. Y es por esta exigencia que los errores médicos suelen ser muy criticados y objeto de duras sanciones. En nuestro país, incluso se publica el nombre del galeno en cuestión y se le exhibe ante los medios de comunicación, prescindiendo del derecho a la imagen y del principio legal de presunción de inocencia.
Por su puesto, no se trata de idealizar la profesión. Es imposible dejar de lado que en ciertos casos la medicina se ha convertido en un negocio cuyos precios son prohibitivos para muchas personas. Los pacientes pasan a ser clientes y la salud ya no se entiendo como un derecho, sino como una mercancía. Pero esta no es la generalidad. La pandemia de covid-19 evidenció la importancia, gran valentía y entrega de los trabajadores de la salud. Fueron los más expuestos a contagiarse y a sufrir emocionalmente por el estrés de una situación fuera de regla. En El Salvador, el personal de salud no tuvo otra alternativa que sacrificarse para atender a los enfermos sin contar con las herramientas necesarias para ello. De acuerdo a organizaciones del sector, más de 230 miembros del personal de salud perdieron la vida desde el inicio de la pandemia, y se estima que la cifra puede ser mayor debido al subregistro por falta de pruebas clínicas. En reconocimiento a esa entrega, la Asamblea Legislativa aprobó un decreto para otorgar una compensación económica de treinta mil dólares a los familiares del personal de salud fallecido durante la pandemia. Sin embargo, hasta el día de hoy, no se ha honrado ese decreto.
En la nueva coyuntura nacional, en la que la ley es absolutamente prescindible, en las que las órdenes de los jueces no valen nada ante los caprichos de quien detenta el poder y en la que la verdad camina hacia la extinción, el gremio médico está sufriendo lo que ya padecían todos los sectores y personas que han cuestionado las medidas gubernamentales. El distanciamiento entre el gremio médico y el Gobierno es un reflejo de la escasez de medicamentos en los hospitales y del evidente deterioro de la atención en salud por la fuga de especialistas. Las solicitudes de diálogo que el gremio ha formulado a las autoridades para resolver los problemas han sido infructuosas, pues el oficialismo solo entiende de imposición. Defender a sus compañeros de profesión es motivo de escarnio y de despido. En la actualidad, la profesión médica no solo es denostada, sino acosada. Este desprecio por los médicos del sector público es la consecuencia lógica del desprecio por la población que necesita de ellos.