Terminó una vez más la PAES y seguimos sin aprender sus enseñanzas. Lo que nos dice la prueba es que los niveles educativos en El Salvador son en su conjunto deficientes y que la calidad, además, está enormemente marcada por la desigualdad. En los países desarrollados, se trabaja simultáneamente la calidad y la equidad. Aquí, a nivel de bachillerato, todavía estamos trabajando en su extensión, muy deficiente también. Aproximadamente se están graduando como bachilleres en torno al 42% de los jóvenes en edad de hacerlo; en otras palabras, tenemos un grave problema de exclusión.
La inequidad es el siguiente problema grave, un verdadero escándalo, que refleja una vez más la aguda desigualdad de El Salvador. Mientras los países desarrollados registran en sus calificaciones de pruebas universales para bachilleres una diferencia de 1.3 puntos entre las mejores escuelas y las peores, en El Salvador puede ser de hasta 2.5 puntos entre las mejores y el promedio nacional. Diferencia que aumenta al comparar el 10% de las mejores escuelas con el 10% de las peores. La negación del desarrollo de las capacidades de nuestros jóvenes es evidente desde la problemática de la exclusión y la desigualdad. Y negando el desarrollo de sus capacidades, negamos y excluimos las posibilidades de desarrollo del país.
Nuestros miopes políticos no tocan con seriedad el problema. Acostumbrados a repartir dulces y prometer piñatas, enfocan el problema educativo diciendo que en todas las escuelas se enseñará computación e inglés. Ignoran que las pruebas internacionales no se realizan sobre estos dos temas, sino sobre matemática, ciencias y lenguaje, básicamente de un modo parecido a la PAES. El inglés y la computación son complementos importantes, no objetivos principales. Mientras no se solucione el problema de exclusión y desigualdad en la calidad, esos complementos no harán más que aumentar las diferencias injustas que hasta hoy prevalecen. Un signo de la debilidad de nuestra democracia y del escaso pensamiento demócrata es precisamente que en este tiempo electoral no se mencionen los temas de exclusión y desigualdad educativa.
Si se quiere entrar con seriedad en la cuestión, necesariamente se debe hacer un plan de inversión distinto del actual. La formación del magisterio tiene que subir radicalmente de calidad. Debería avanzarse en un plazo determinado hacia la licenciatura de cuatro años enfocada en temas docentes, e imprescindible para educar a partir de sexto grado. Revisar los salarios es también necesario. No se puede tener una expectativa salarial al final de la labor como maestro, tras más de treinta años trabajando, equivalente a la de un recién graduado de una ingeniería en su primer empleo. Los salarios de los profesores reflejan a cabalidad la poca importancia que le damos a la educación en El Salvador.
La formación del maestro debe ser complementada con la libertad para desarrollar planes que fomenten la creatividad del alumno. El exceso de burocracia y centralismo que caracteriza a nuestro sistema es más un freno a la calidad que un estímulo a esta. En el pasado, la adquisición de sabiduría y conocimiento se basaba en la transmisión del maestro al alumno. Hoy el aprendizaje se basa más en el desarrollo de la capacidad de búsqueda del segundo. El maestro debe acompañar y estimular el proceso de autogestión del aprendizaje del alumno desde la creatividad y la libertad, y no actuar como el dueño absoluto del conocimiento. La innovación pedagógica es básica, y tanto el Estado y la familia como la escuela deben estimularla.
Invertir más y más sabiamente en educación es indispensable. No debatir con hondura y seriedad el tema educativo en este tiempo de campaña muestra la pobreza de ideas de los políticos. Cuando en su último informe sobre El Salvador el PNUD pone la educación como pilar indispensable del desarrollo humano, no podemos quedarnos en la falta de creatividad ni en la simplonería de la computación y el inglés. Los problemas son complejos y hay que abordarlos como tales. La exclusión y la inequidad requieren un tratamiento y una reflexión más seria y consecuente.