Estados Unidos deporta diariamente a 64 salvadoreños; más de 20 mil este año, según se tiene previsto. En los cinco años que lleva Obama gobernando al que solemos llamar "país amigo del Norte", el número de migrantes deportados está a punto de alcanzar la cifra impresionante de 100 mil . Hacerle eso a un país pequeño, con problemas de trabajo e injusticia social, con historia de guerra y actualidad de violencia, no puede menos que llamarse egoísmo social e institucionalizado de un país rico, grande y poderoso. En El Salvador, según algunos cálculos, hay más de medio millón de menores de 18 años en hogares en los que falta el padre, la madre o los dos; en la mayoría de los casos, estos viven en Estados Unidos. ¿No es egoísta un país y sus leyes cuando impide a los hijos reunirse con sus padres?
En Centroamérica, hay un millón 400 mil niños subalimentados. Según la FAO, el 20% de los niños salvadoreños tienen baja talla para su edad y el 18%, algún grado de anemia. En contraste, una cuarta parte de los adultos tiene sobrepeso. Que hay formas de egoísmo, además de malos hábitos de nutrición, es evidente. A pesar de leyes como la Lepina, que protege a niños y adolescentes, y los considera prioridad absoluta, el egoísmo sigue imperando en nuestras relaciones sociales. Hace no mucho, el anterior Gobierno donó un millón de dólares a uno de los centros de educación superior más caros del país para becas-préstamo mientras le regateaba a la Universidad de El Salvador dinero para investigación. De hecho, ese mismo año, aunque después se corrigió, la Asamblea Legislativa había destinado solamente diez dólares para investigación en la única universidad pública. Otros Gobiernos se han dado el lujo de entregar altas sumas de dinero a los colaboradores más cercanos a la Presidencia, manejar donaciones de Taiwán de un modo arbitrario y sucio, mientras faltaban medicinas en los centros de salud y pupitres en las escuelas.
Pero el egoísmo no se queda en datos o en abusos personales; se institucionaliza con demasiada frecuencia en estructuras sociales que alientan y aumentan la desigualdad, esa plaga de América Latina. El papa habla en su último mensaje sobre "el mal cristalizado en estructuras injustas". Y lo más irritante para los excluidos es ver no solo cómo se les margina automáticamente desde estructuras injustas, sino contemplar cómo crece, en palabras de Francisco, "ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus Gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes".
Frente al egoísmo personal o institucionalizado solo hay un camino: liberar la generosidad. Nuestros pueblos tienen una sólida tradición de generosidad que se manifiesta ante el desastre, la guerra o las penurias personales. Aunque el consumismo amenaza esa tradición, hoy más que nunca es necesario recordarla e impulsarla. Es sintomático que en esta campaña electoral se habla más de promesas de los partidos, muchas de ellas de corte asistencialista, y no se invita a la población a crecer en generosidad para establecerla social y públicamente. La política tiene tan escasa autoridad moral entre nosotros que poca gente se atreve a hablar de las fuerzas éticas y morales indispensables para sacar a El Salvador del atraso y la injusticia. Corresponde, entonces, a la sociedad civil recordar a los políticos que sin generosidad personal y social, que sin estructurarla con inversión adecuada en nuestro pueblo, la crisis social y política continuará agravándose.