La situación en Nicaragua es indignante. Y por ello resulta necesario que quienes en Centroamérica aman la democracia, la concordia y la amistad social no la pierdan de vista. El homicidio, la detención ilegal, los juicios fraudulentos, quitarle el pan de la boca a los pobres… todo está permitido para perpetuarse en el poder. El dueto Ortega-Murillo se ha convertido en un régimen autoritario que repite los abusos contra la dignidad de las personas cometidos por dictadores del pasado. Hablan de socialismo mientras enriquecen desde el Estado a sus parientes y niegan derechos básicos a muchos ciudadanos. Definen a Nicaragua como un país cristiano mientras persiguen a quienes defienden desde la fe los derechos de la gente. Hablan de grandes proyectos, incluido un canal transoceánico, mientras desposeen a los campesinos de sus tierras. Los legados más importantes del gobierno sandinista los revierten ahora quienes antes decían ser revolucionarios y desde el poder aprendieron a defender sus beneficios valiéndose de la manipulación y la fuerza.
El último de los pasos del régimen nicaragüense ha sido la cancelación de la personería jurídica de las hermanas Misioneras de la Caridad, dedicadas exclusivamente a la ayuda y socorro de la población más pobre y marginada. Ellas administran comedores y asilos orientados a atender ancianos, enfermos de sida, niños de la calle, exprostitutas, etc. La eliminación de su personería e inmediata expulsión del país solo puede explicarse a partir del odio oficial a quienes desde la sociedad civil trabajan en favor de los más necesitados. Al Gobierno nicaragüense, el hambre, el abandono familiar, la carencia de medicinas y de otros servicios básicos no le importan. El control de las comunicaciones busca que la única voz sea la de la dupla gubernamental. La conquista del poder total es el camino emprendido por el régimen Ortega-Murillo. Ni siquiera el derecho religioso de dar pan al hambriento es permitido en esta “Nicaragua socialista, cristiana y solidaria”, como la nombra hipócritamente el oficialismo. La superstición y la dictadura se han dado la mano para hundir al vecino país en el atraso y la insolidaridad.
Al leer el debate sobre la abolición de la esclavitud en la Asamblea Nacional Constituyente tras la independencia de Centroamérica, queda claro que los ideales democráticos e igualitarios estaban detrás del proceso independentista. Pero los intereses particulares, localistas y autoritarios no tardaron en imponerse. La codicia de las élites económicas, la corrupción del liderazgo y el militarismo convirtieron pronto a los países del istmo en parte del grupo de naciones más atrasadas de América. En la actualidad, nuevos autoritarismos violentos y corruptos, aliados a un militarismo nunca debidamente desactivado, impiden caminar hacia el desarrollo humano sostenible. En Nicaragua impacta el hecho de que precisamente quienes lucharon contra el somocismo sean ahora los que revivan las dinámicas dictatoriales, incluso con mayor dogmatismo y crueldad. Ojalá que las fuerzas democráticas que siguen vivas en Centroamérica sean lo suficiente solidarias y eficaces para detener el abuso en Nicaragua y revivir los ideales de una federación fraterna, democrática y justa.