Desde hace más de dos años se habla constantemente del cambio. Durante la pasada campaña electoral, "vota por el cambio" fue la consigna con la que pidieron el sufragio el FMLN, sus candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, y los amigos de Mauricio Funes. El fin de semana pasado, y a casi un año de haber llegado al poder, el presidente Funes sorprendió a algunos con la creación de un movimiento ciudadano por el cambio. "Cambio", pues, sigue siendo para el mandatario la palabra que mejor explica el objetivo de su gobierno.
Pero no solo el Presidente habla de cambio; muchos más lo hacen. Sin embargo, ni unos ni otros se han esforzado mucho por definir con precisión qué entienden por "cambio"; utilizan la palabra como que todos supiéramos a qué se están refiriendo. Y ello, por supuesto, no es así.
Para algunos "cambio" significó, después de la jornada electoral, la alternancia en el Gobierno. Así, el cambio fue que Arena abandonara la administración del Estado después de veinte años sin perder una elección presidencial, y que, por primera vez en la historia de El Salvador, el FMLN ganara las elecciones y sus candidatos llegaran a la Presidencia y Vicepresidencia de la República.
Para otros, "cambio" está relacionado a la sustitución de los funcionarios públicos: cambio de ministros y viceministros, y del personal que ocupaba cargos de confianza en los ministerios y dependencias del Gobierno. Un relevo que en algunos casos fue más allá de los cargos de confianza: aprovechando la coyuntura, y por amistad o simpatía política, algunas personas lograron obtener un empleo en el sector público sustituyendo a técnicos o empleados de mediano y bajo nivel. En este sentido, no es de extrañar, entonces, que para muchos el cambio se reduzca a la renovación de los funcionarios de instituciones estatales. En menos de un año ha cambiado, como nunca antes se había visto, un buen número de rostros públicos.
Sin embargo, más allá de ello, más allá de los cambios de personas y de formas —que en muchos casos hacen una gran diferencia—, es necesario que la ciudadanía conozca claramente qué quieren decir Mauricio Funes y el FMLN cuando hablan de cambio. A pocas semanas de que la nueva administración cumpla un año, casi nadie lo tiene claro, como tampoco está claro si el cambio del que hablan unos (el grupo del Presidente) y otros (el FMLN) es realmente el mismo. Es fundamental que la cuestión deje de ser tan difusa.
El país y su gente requieren de transformaciones importantes. Desde hace años, la población viene solicitando dos cambios que considera fundamentales: la superación de la pobreza, y el acceso a una vida más digna y segura. Estas dos demandas se han venido alternando como el problema más importante del país desde hace varias décadas, como se constata al revisar las diferentes encuestas de opinión pública. Demandas que implican cambios estructurales en el modo de organizar la sociedad, la economía y la política. Si estos cambios son verdaderos, dolerán mucho a los que por años han vivido con privilegios y a costa del pueblo. Pero ello no puede ser excusa para no emprenderlos, pues con acciones cosméticas no se resolverán los graves problemas de nuestro país.
Hay, además, un tercer cambio fundamental, uno que haría cambiar muchas otras cosas y que no es solo responsabilidad del Presidente y de su Gobierno; uno del que debemos participar todos. Nos referimos a un cambio profundo a nivel personal. Se trata de que dejemos nuestro individualismo a un lado y tomemos conciencia de que somos hermanos unos de otros, parte de un mismo pueblo y con un mismo destino. Que entendamos que solamente podremos salir adelante si trabajamos unidos por el bien de todos y si somos capaces de ser verdaderamente solidarios unos con otros. Que asumamos que solo seremos verdaderamente humanos si vivimos con un corazón compasivo, capaz de hacer nuestro el sufrimiento de los demás y presto a actuar para aliviarlo. Que debemos dejar a un lado nuestros intereses particulares para asumir como propios los intereses de la mayoría. Que seamos capaces de ponernos a trabajar codo a codo, sin distinción de sexo, religión, nivel académico o clase social, para de verdad cambiar el rostro de nuestro país.
Para ello, El Salvador requiere de hombres nuevos y mujeres nuevas, estudiantes y trabajadores, campesinos y profesionales, políticos y funcionarios capaces y generosos, honestos y eficientes, justos y esforzados, comprometidos con el país y con su gente. Este es el principal cambio que el país necesita, y en él no cabe la confusión.