El Día de la Tierra pasó por El Salvador sin despertar la reflexión que nuestro propio medio ambiente necesita. La Prensa Gráfica ofreció un interesante reportaje sobre el Lempa, unido a unas fotografías realmente bellas y una serie de datos sobre el deterioro de nuestros suelos. Otros medios, como El Diario de Hoy, le dieron al Día mucha menos cobertura; se ve que a su dueño escuadronero lo del medioambiente le sigue oliendo a comunismo.
Pero independientemente de la falta de visión y las manías del tal Enrique Altamirano, lo cierto es que vivimos en un país ecológicamente muy vulnerable. El 75 por ciento de nuestro territorio tiene una inclinación relativamente alta; la deforestación ha avanzado exageradamente; un 70 por ciento de los cultivos de granos básicos, muchos de ellos utilizando quemas, se producen en laderas, la mayor parte de ellas poco protegidas; y nuestro suelo, aunque rico en cenizas y nutrientes, es fácilmente erosionable. De hecho, se calcula que cuarenta municipios salvadoreños han perdido ya los índices normales de fertilidad a causa de la erosión. La alta densidad de población, el uso de la madera para producir energía, la poca conciencia sobre el valor del bosque y su consiguiente deterioro, y en ocasiones eliminación, añaden gravedad a nuestro proceso de infertilidad y erosión de suelos. El desorden en la gestión del territorio ha sumado peligros ecológicos y rapidez en la erosión. Construir cerca de ríos o afluentes, echar ripio o basura en los mismos, someter los lechos fluviales a una explotación de arena sin regulaciones adecuadas han sido costumbres inveteradas. La clasificación de regiones y zonas, el ordenamiento territorial son pasos indispensables para enfrentar el deterioro ambiental.
La Prensa Gráfica se centraba, con mucha razón, en la necesidad de proteger el Lempa como una de las tareas y compromisos que quedan pendientes y que hay que señalar en esta Día de la Tierra. También Fundemás publicó, no hace mucho, un excelente libro sobre el Lempa. Y es que, efectivamente, este es el río más grande de El Salvador, recorre aproximadamente 300 kilómetros a lo largo de nuestro territorio y su cuenca abarca aproximadamente el 50 por ciento del país. Además, el Lema aloja tres hidroeléctricas que producen como mínimo un tercio de la energía eléctrica nacional, y están planificados otros dos grandes proyectos en el mismo río o en uno de sus afluentes.
El Lempa, sin embargo, está gravemente enfermo. El gran San Salvador está en su cuenca y vierte aguas residuales en ella. Algunas zonas industriales vierten también desechos a sus afluentes. La tierra erosionada por lluvias y por la mano de seres humanos, muchas veces contaminada por pesticidas y desechos, baja veloz desde las laderas y cerros pelados hacia el río, que la arrastra hacia la gran represa del Cerrón Grande. Represa que cada vez se azolva más, con la amenaza de bajar su rendimiento hasta extremos peligrosos. Por otra parte, el proyecto de la represa de El Tigre pone en riesgo una buena parte del cauce del río Lempa y de su entorno a lo largo de una buena serie de kilómetros. En efecto, ese proyecto, con su plan de un desvío masivo de aguas para propiciar una caída sumamente alta, dejaría a una buena parte del cauce del río con un nivel de aguas entre nueve y diez veces inferior al promedio anual actual. Lo que significaría eso en costos para el medioambiente de esa amplia zona, no está calculado. Como tampoco lo está el nivel de contaminación que esa misma zona podría alcanzar al eliminarse la enorme cantidad de agua que hasta el presente diluía los contaminantes del entorno.
Visto en su totalidad, o visto a través de ese río, que es como nuestra principal arteria de vida, el país tiene serios problemas ambientales. Y esto sin tocar las patologías de la contaminación urbana o industrial. Un mayor estudio, una mayor regulación, un mejoramiento de las leyes y una más acuciosa exigencia de cumplimiento de las mismas, una educación más insistente en el valor de la ecología y el medioambiente sano es indispensable. La salud ecológica del país es parte de nuestra propia salud humana. Y el medioambiente es patrimonio de todos. Aunque su deterioro dañe de momento más los más pobres, al final nos acabará dañando a todos. Prestarle atención es no sólo un deber ciudadano, sino una responsabilidad ética y social.