Las olas migratorias en todo el planeta han alcanzado una escala y dramatismo estremecedores. Son cotidianas ya las imágenes de centroamericanos huyendo a pie y en masa de sus países, como también la de embarcaciones con africanos zozobrando en su ruta hacia Europa. De la migración se conocen números, pero detrás hay rostros, familias, historias, sufrimiento y razones para seguir adelante contra toda adversidad.
La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados estima que en la actualidad el 3.6% de la población mundial (unos 281 millones de personas) vive fuera de su país de origen. Por su parte, la Unesco calcula que una de cada ocho personas son migrantes internos, una de cada treinta reside en un país distinto al de su nacimiento, una de cada ochenta se ve obligada a migrar por conflictos o catástrofes naturales. Y añade que “las personas con educación universitaria tienen dos veces más probabilidades de migrar que los que han cursado solo la escuela primaria”. Es decir, se van de su país los que tienen mayor nivel educativo, lo que implica una pérdida nacional en términos de talento humano y fuerza de trabajo altamente calificada.
La pobreza, la falta de trabajo decente, vivienda digna y acceso a educación y salud de calidad, entre otras carencias sociales y económicas, son factores impulsores de la migración. A los que se añade la violencia en países como Honduras, El Salvador, Guatemala y México. La persecución política también se ha convertido en causa de migración en, por ejemplo, Nicaragua, Venezuela y Afganistán (y se asoma amenazante en El Salvador). La migración tiene rostro de injusticia y es consecuencia de violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Es una realidad que tanto los países de origen como los de tránsito y de destino tienen que enfrentar.
En El Salvador, las cifras de desaparecidos y de migrantes desdicen el discurso oficial que presenta al país como un lugar que ha cambiado radicalmente para bien en dos años y medio. Los 98,690 salvadoreños detenidos entre septiembre de 2020 y septiembre de 2021 en la frontera sur de Estados Unidos y los aproximadamente 300 que a diario emprenden la ruta hacia el norte desconocen el paraíso que pinta la propaganda gubernamental. Migrar es un derecho, pero en nuestro caso se ha vuelto un imperativo. Un imperativo ante el que el Gobierno no tiene ninguna política de defensa y protección de los migrantes.
Con respecto a este tema, en lo único que se ha mostrado diligencia es en acelerar la legislación que permita votar a los salvadoreños residentes en Estados Unidos, para lo que se aprobó la emisión del DUI en aquel país. En realidad, la diáspora es importante para el Gobierno por la remesas y por la potencialidad de sus votos. Las primeras están en su mira para captarlas por medio de la billetera digital oficial; los votos, para darle continuidad a su proyecto político autoritario, encontrando afuera lo que dentro empieza a disminuir: apoyo incondicional, no sujeto al desencanto que produce la dura realidad cotidiana de El Salvador.