El jardín de los payasos

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Nuestro mundo político sería divertido si no dependiéramos en tantas cosas de los caprichos de quienes se mueven en ese escenario. Los sucesos del día a día tienen un componente de comedia indudable, aun en medio de la tragedia del país. Tragedia que se multiplica, al contemplar nuestra verdadera epidemia de asesinatos, mientras estamos regidos por un grupo de políticos irresponsables dispuestos a dar espectáculo a cada rato.

Hoy el turno le ha tocado a Arena con el show que se ha montado en torno a las conversaciones de Adolfo Tórrez con el tristemente célebre Roberto Silva Pereira, dueño de una de las mejores lavanderías de dinero del país. Resulta que en El Salvador las grabaciones telefónicas son inconstitucionales y, por supuesto, no tienen fuerza legal para nada. Grabar una conversación telefónica en El Salvador es un delito. Pero si se graba en Estados Unidos y se nos envía acá la transcripción, la fiesta está montada.

El contenido de la grabación muestra los niveles en los que se mueve el compadrazgo político nacional. Adolfo Tórrez, al referirse a algunos de sus amigos importantes, los menciona familiarmente como la "mara". Mara con plata, puesto que medio millón de dólares es una cifra normal para hacer entre ellos un favor a un "brother". Las maras de abajo, asesoradas por las reflexiones filosóficas del Viejo Lin, subirán sin duda sus tarifas al ver cómo se cotizan en el mercado de las maras de arriba los favores a los cheros. Una vez más, las diferencias son entre ricos y pobres. Porque mientras las maras de arriba se mueven en el mundo de la gente perfumada, con una mayor garantía de impunidad, las de abajo se quedan en esa especie de guerra impopular prolongada a la que las reduce su rebeldía primitiva y brutal. Pero en el caso particular de Fito Tórrez, parece que no hay problema. Porque, según sus propias declaraciones, hoy desmentidas por el Fiscal General, le informaba de todo esto a la Fiscalía. Total que a la larga Arena debía considerar al brother Tórrez como un agente encubierto de la Fiscalía y no armar tanto escándalo.

Desde este relato mágico-macabro de hermandad y compadrazgo, comprendemos por qué el tema de las conversaciones telefónicas produce tanto escozor en el país. En la Comisión Presidencial de Seguridad Ciudadana y Paz Social se afirmaba libremente, y nadie lo contradecía, que en El Salvador, de hecho, hay y se producen escuchas telefónicas. Pero con la gran ventaja que nadie las puede publicar, porque sería una violación de la ley constitucional. Si las grabaciones fueran legales, nuestra clase política quedaría demasiado al descubierto en su estilo chabacán y bajero. O tendrían que reprimirse demasiado y no usar el celular para llamar a los brothers y comentarles los últimos acontecimientos con esa mezcla de chabacanería, complicidad y chambre en la que los políticos suelen ser maestros.

El período de la actual Asamblea se termina, y nuestros pobres y casi inútiles políticos son incapaces de llegar a acuerdos sobre la reforma constitucional en el caso de las escuchas telefónicas. Después de este caso, a nadie le extrañará. El miedo es libre, y a nadie le gusta que le graben sus semejanzas con las maras. Como una Corte Suprema servil y sin racionalidad les ha garantizado que la figura de Fiscal General Adjunto es constitucional, a pesar de que no aparece en la Constitución, están también tranquilos con el tema. La ley de transparencia y acceso a la información pública les vale sorbete. Lo único que funciona bien es la tarea de repartirse festinadamente los cargos de la Asamblea. Al fin y al cabo, entre amigos de confianza todo es posible. Todo el mundo dice que estamos en un momento de oportunidades en el que la ética, la decencia y la responsabilidad deben crecer en el ámbito político. Pues ahora es cuando. Demostremos con hechos que la política se vive con un mínimo de responsabilidad y hagamos algo serio en los últimos 15 días de existencia de esta pobre e ineficiente Asamblea Legislativa. De lo contrario, que no les extrañe a los señores diputados que los confundan con payasos.

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