El mejor homenaje al Salvador del Mundo

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Editorial UCA
04/08/2014

Estamos celebrando las fiestas agostinas en honor a nuestro patrón, el Salvador del Mundo, quien antes de su muerte en una cruz y de su resurrección fue conocido como Jesús de Nazaret. Bien vale la pena aprovechar este espacio para reflexionar sobre el sentido que tiene celebrar una fiesta en su nombre para homenajearlo. Según el diccionario de la Real Academia Española, un homenaje es un acto o serie de actos en honor de alguien; un acto que supone veneración y respeto hacia alguien o algo. En el caso de nuestro patrón, las fiestas agostinas deben ser en honor a Él, y por tanto, deben suponer un obsequio o agasajo real a nuestro Divino Salvador. Es aquí donde encontramos la clave para poder entender cómo debe ser un verdadero homenaje a nuestro Señor Jesucristo: algo que le agrade y que sea coherente con su vida y su mensaje.

Si lo que se pretende es hacer un homenaje formal, este puede limitarse a actos simbólicos, como son los desfiles y las procesiones, pero si lo que se desea es honrar verdaderamente a Jesús, entonces debe ser algo más trascendente. En este sentido, el mejor homenaje que podemos ofrecerle al Salvador del Mundo es seguir su ejemplo, hacer propios las enseñanzas, principios y valores que rigieron su vida. Desde nuestro punto de vista, honrar a nuestro Señor Jesucristo es más que dedicarle unos días de vacación y ocio; supone buscar un camino distinto para el país, hacer que prevalezca la voluntad de Dios en todo. La realidad de El Salvador no puede agradarle a Dios, pues es contraria a la predicación y a la vida de su Hijo. Jesús quiso en todo hacer la voluntad de su Padre y se opuso con fuerza a lo que era contrario a la misma. De igual modo, los salvadoreños debemos oponernos a todo aquello que no responda a la voluntad de Dios.

No es voluntad de Dios que nos matemos a diario unos a otros; el quinto mandamiento es claro: "No matarás". Por tanto, debemos hacer todo lo posible no solo para que se reduzca la tasa de homicidios, sino para que no haya uno siquiera. Y trabajar para que nadie muera de hambre o por falta de la adecuada atención médica. Tampoco le agrada a Dios que nos tratemos con violencia, sea esta del tipo que sea y provenga de donde provenga. Erradicar la violencia entre nosotros, en las calles y al interior de los hogares, es también honrar a nuestro patrón.

Fue característica distintiva de Jesús atender y asistir las necesidades de cualquier persona, sin distinciones. Del mismo modo trataba a un leproso que a un recaudador de impuestos; con el mismo respeto se dirigió a una samaritana que a una mujer que ejercía la prostitución. Si alguna diferencia hacía, era con los más pobres y necesitados: los trataba con más cariño y los ponía en primer lugar. Con hechos, más que con palabras, afirmaba la igual dignidad de todas las personas ante los ojos de Dios y la preferencia de su Padre por los pecadores, los enfermos y los empobrecidos. Por el contario, entre nosotros hacemos grandes diferencias y despreciamos con facilidad a aquellos a quien Jesús trató con más respeto y cuidado. A los únicos que Jesús criticó con dureza fue a los que abusaban de su poder con los humildes y a los que se consideraban perfectos y despreciaban a los demás por pecadores.

La invitación de Jesús a amarnos los unos a los otros no debe ser olvidada o considerada una máxima idealista. El amor al prójimo es el mensaje central de Jesús a sus discípulos, y puesto a la par del amor a Dios. Por ello se puede afirmar que no es voluntad de Dios que haya entre nosotros hermanos pasando grandes necesidades, mientras otros tienen en abundancia, se muestran indiferentes ante el sufrimiento del prójimo y no son capaces de ofrecerle su solidaridad. Tampoco le agrada a Dios que demos culto al dinero y lo hayamos convertido en principio rector de nuestras vidas, un becerro de oro como el que adoraron los israelitas en el desierto. La corrupción, el enriquecimiento de unos a costa de la pobreza de otros disgusta profundamente a nuestro Salvador.

Lo que agrada a Jesús es el amor atento y servicial a nuestros hermanos, que reconozcamos la igual dignidad de las personas, convivamos en paz y nos demos de manera especial a los más desfavorecidos y vulnerables. Sin lugar a dudas, organizar la economía, la política y la sociedad para que ello cobre realidad es el mejor homenaje que El Salvador le puede hacer a su Señor.

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Anónimo
04/08/2014
22:24 pm
el quinto mandamiento es honrar padre y madre.
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