El 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, los ojos estarán más puestos en el inicio de la nueva legislatura que en las expresiones de un movimiento social debilitado y disperso. Por de pronto, las bancadas de Nuevas Ideas y de sus socios están siguiendo el mismo libreto que usó Nayib Bukele cuando ganó las elecciones en 2019. El presidente impulsó una toma de posesión disruptiva, negándose a hacerla en el lugar acostumbrado. Además, no nombró a ningún equipo de transición para un traspaso de mando ordenado y trató con displicencia y desprecio a los funcionarios del Gobierno saliente. La nueva bancada cian sigue los mismos pasos; ha entendido el caudal de votos que obtuvo como un permiso para la ruptura, la agresividad y la soberbia, no como un compromiso de impulsar cambios que profundicen la justicia social.
Cabe esperar, pues, que después de tomar posesión, los nuevos diputados del oficialismo promuevan medidas de gran impacto mediático para generar más expectativas y aumentar el respaldo social. Así lo hizo Bukele el día de su toma de posesión, al ordenar que se borrara de una guarnición militar en San Miguel el nombre del militar responsable de la masacre en El Mozote. Esta medida sorprendió a muchos, pero no tuvo ningún tipo de continuidad. Más bien lo contrario: luego el mandatario impulsó la militarización de la seguridad pública y la exaltación del Ejército.
Las señales que dan los nuevos diputados no dan pie al optimismo. Cuando recibieron sus credenciales, un alto funcionario de Casa Presidencial intervino ante la prensa para que no dieran declaraciones. Además, fue la Comisionada Presidencial quien anunció que no habrá actos protocolarios en la Asamblea el 1 de mayo, que la bancada de Nuevas Ideas comenzará a trabajar desde muy temprano y que se reducirá el número de integrantes de la Junta Directiva. Los diputados cian serán simples marionetas del Ejecutivo. Aunque esto también pasó en anteriores Gobiernos, parece ser que ahora sucederá sin pudor ni disimulo. Siempre los diputados del partido oficial han entendido su función en términos de incondicionalidad con el Ejecutivo, así como la oposición se ha entendido como una fábrica de “no” ante las iniciativas del Gobierno. Ninguna de las dos lecturas es la correcta; ambas le han causado grave daño al país y a la democracia.
El Salvador no solo necesita cambio de formas, sino de fondo. Ese fue el mensaje de los votantes el 28 de febrero. Las estrategias mediáticas no serán suficientes si las transformaciones a favor de la mayoría de la población no llegan. Bien harían los nuevos legisladores en entender que el poder es para servir honestamente a la gente, no para servirse, dominar y avasallar. Sin embargo, de nuevo, hay poco margen para el optimismo.