No es lo mismo un fenómeno natural que un desastre natural. Cuando se emplean como sinónimos, consciente o inconscientemente, se atribuye toda la responsabilidad del daño a la naturaleza, eximiendo al ser humano. Según la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, estos son resultado de la falta de prevención y planificación ante los fenómenos naturales. Es decir, los desastres se producen por la acción humana en el entorno. La tormenta Amanda, así como la amenaza de más lluvias, han venido a agravar el sufrimiento de los salvadoreños por la pandemia del covid-19. Esta tormenta ha desnudado por lo menos cuatro realidades del país.
La primera, las precarias condiciones de vida de miles de familias, con viviendas sin lo necesario para desarrollar una vida digna, levantadas a las orillas de ríos y quebradas, sobre o al pie de barrancos; sin agua potable y sin saneamiento, sin una organización comunitaria para responder en estos casos. La tormenta, pues, muestra algo a lo que se prefiere no poner atención: la vulnerabilidad de hábitat y del entorno ante las inclemencias del tiempo que padece gran parte de la población. La segunda, las consecuencias de la depredación medioambiental. En nombre del progreso se ha cegado bosques, tapiado el curso de quebradas y ríos, construido en zonas de vocación forestal o agrícola. Se ha descuidado el agua y el saneamiento de la población y se ha privilegiado el lujo y el comercio. Esa irresponsabilidad nos pasa factura en términos de destrucción y muerte.
La tercera, la plena vigencia de los vicios tradicionales de la política partidista. Como antes, el cinismo y el oportunismo buscan sacar partido del dolor y el sufrimiento de la población. Con vistas a las elecciones legislativas y municipales de 2021, se juega con la necesidad del pueblo para hacer proselitismo con recursos públicos, exhibiendo en los medios cualquier gesto pretendidamente solidario. Afortunadamente, esta emergencia, como muchas anteriores, ha sacado también la bondad de la gente. Organizaciones, iglesias, familias se han volcado a colaborar con campañas institucionales o iniciativas individuales para aliviar las necesidades de las familias damnificadas. En estos momentos es necesario mantener viva esta solidaridad.
Una vez concluya la crisis por las lluvias, la sociedad entera debe presionar a quienes conducen el país para que se construya una sociedad distinta, mejor que la que desnudan estas emergencias. Identificar todo aquello que facilita que los fenómenos naturales desemboquen en desastres es el primer paso para evitarlos en el futuro. Los factores de riesgo, la vulnerabilidad de la población y del territorio, y la resiliencia son fundamentales para prevenir desastres como el que vivimos. Es impostergable construir un país donde todos quepamos y vivamos dignamente, igualmente protegidos.