Cuando observamos El Salvador desde la perspectiva de los derechos humanos, brota inmediatamente la preocupación por la juventud, pues los homicidios y la violencia sexual se ceban especialmente en este sector de la población (entre la adolescencia y los treinta años). Además, las víctimas de desapariciones, según datos de la Fiscalía General de la República, son en su mayoría jóvenes, como también los son los recluidos en las cárceles. Los suicidios se dan con más frecuencia entre los 20 y los 24 años. De los detenidos identificados como pandilleros, la mayor parte son jóvenes. El bachillerato, estudio básico para poder funcionar adecuadamente en la vida, lo termina menos de la mitad de los jóvenes. La mayoría de los desempleados son jóvenes. ¿Qué nos pasa con ellos? ¿Los odiamos? ¿No repetimos siempre que son el futuro de la patria?
Por otra parte, estamos creando generaciones juveniles tremendamente apartadas entre sí. Está la juventud pobre o de clase media vulnerable que sufre los rigores del maltrato a los jóvenes, y está la juventud privilegiada, que desconoce la dureza de la vida, que se divierte en los centros comerciales y que tiene el futuro básicamente asegurado. Estos últimos se casan entre ellos, viven en colonias seguras y se aíslan de los problemas del país. Solamente algunas instituciones de voluntariado o educativas tratan de acercar a estos jóvenes al mundo vulnerado y vulnerable. Si nos quejamos de la polarización política, presente de un modo destructivo desde el fin de la guerra civil, ¿cómo es posible que permanezcamos tranquilos mientras polarizamos a nuestra juventud sistemáticamente, dividiéndola entre los que viven en seguridad y los que sufren vulnerabilidad permanente? Por este camino mantendremos un país con contradicciones y choques permanentes. Si la desigualdad produce siempre fatales consecuencias, es absurdo que se maneje a la juventud como si fuera una especie de laboratorio especializado en crear más desigualdad.
Para colmo de males, a los jóvenes de hoy les tocará sufrir las consecuencias del calentamiento global, que serán graves en El Salvador. Y tendrán que trabajar durante más tiempo, porque tendrán más personas dependientes del trabajo de ellos, pues en los próximos años se terminará el bono demográfico, es decir, tendremos más personas dependientes que trabajadores activos. El número de salvadoreños menores de 18 años va descendiendo mientras la cantidad de ancianos aumenta considerablemente. Y gracias al absurdo e injusto sistema de pensiones, la mayoría de ellos no tendrá pensión. En otras palabras, habrá más salvadoreños dependientes y con los achaques propios de la vejez que supondrán una carga económica para su familia. Se está cayendo, entonces, en el error mayúsculo de tratar mal a quienes cuidarán en el futuro al sector de la población de mayor edad. Y esto sucede sin que haya reflexión, sin buscar caminos eficaces de cambio. Los que no padecen la vulnerabilidad y la pobreza, que son los que marcan la pauta de nuestra sociedad, se contentan, como la cigarra de la fábula, con disfrutar lo que hoy tienen y con asegurarse las delicias y felicidades superficiales de la sociedad de consumo.
Las crisis más poderosas son las que no se advierten, se tapan o se disimulan, porque acaban siempre estallando con violencia. No faltan quienes piensan que la guerra de las pandillas no es más que la continuación de la guerra civil y que sus causas son materialmente semejantes a las circunstancias que desataron el conflicto armado en los ochenta. ¿Será matando o metiendo a la mitad de nuestros jóvenes a la cárcel como arreglaremos la situación? Si algo necesita el país es entender de verdad a la juventud como su futuro e invertir en ella para que tenga la capacidad de salir adelantes en los duros tiempos que se avecinan. Polarizar a la población, dividirla, mantener o acrecentar la desigualdad significará siempre caminar hacia la agudización de los conflictos. Educación y salud de calidad para todos, pensiones decentes y oportunidades de trabajo digno hacen más por un país que multiplicar ejércitos y policías, por necesarios que estos últimos sean.