Luego de los destrozos ocasionados por el huracán Sandy, mucha gente piensa que el fenómeno natural solo afectó a Estados Unidos. Muchos no tienen idea de que, antes de tocar tierra estadounidense, el fenómeno natural afectó a varios países del Caribe, haciendo daño especialmente en Cuba y Haití. Los responsables de esta desinformación no son otros que los medios masivos de comunicación. En los casos aislados en que fue cubierto por la prensa, el paso de Sandy por el Caribe quedó relegado a una esquina de las noticias. En contraste, desde antes de que el huracán se cobrara la primera víctima mortal en Estados Unidos, los medios estaban ya volcados de lleno en la cobertura sobre los posibles efectos del fenómeno meteorológico en territorio estadounidense. Finalmente, Sandy provocó más de un centenar de muertes en el país del norte. Nueva York, la ciudad que gustan llamar "la capital del mundo", ha contabilizado más de la tercera parte del total de muertos y afectados por el fenómeno.
Los grandes medios televisivos, escritos y radiales nos inundaron de información sobre los destrozos del huracán en Estados Unidos. Pero la muerte de 71 personas en el Caribe a causa de Sandy (entre ellos, 11 en Cuba y 54 en Haití) no tuvo eco en los espacios noticiosos. El presidente de Cuba, Raúl Castro, consideró que el fenómeno ha supuesto un "golpe realmente duro" para su país y que "la realidad supera todo lo que puedan mostrar las fotos de la prensa y la televisión". Por su parte, Haití, el país más pobre y maltratado del continente americano, fue el más afectado debido a la crisis que aún vive desde el terremoto de enero de 2010, que prácticamente devastó al país. En Haití, los más de tres días de intensas lluvias y vientos destruyeron un campamento de refugiados de víctimas del terremoto, donde se hacinan unas 370 mil personas. A raíz de ello, más de 18 mil familias haitianas quedaron en la intemperie. A través de un decreto presidencial, el Gobierno declaró estado de urgencia para los próximos 30 días. Esta dramática situación apenas recibió atención mediática; y prácticamente, no hubo interés por informar sobre el empeoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones de los dos países caribeños tras el huracán.
Algunos podrán argumentar que ese vacío informativo se debió a que hubo mayores daños en Estados Unidos. Sin embargo, eso no se sostiene cuando se pasa revista de ellos. ¿Por qué importan menos los 54 muertos de un país de 10 millones de habitantes que los 100 en una población de más de 300 millones? ¿Cuál nación resulta más afectada: una cuyo PIB es de 12 mil millones de dólares (la cuarta parte que el de El Salvador) o una con un PIB 120 mil veces mayor? Más allá de los números, y con independencia de la nacionalidad de las víctimas y de la influencia global del país que sufre el embate de la naturaleza, debería pesar por igual el drama humano. Toda pérdida de vidas, suceda donde suceda, tiene la misma significación. Pero obviamente no es así para los medios de comunicación.
Según algunos especialistas, en el fondo de esto hay una tendencia deliberada y fomentada por ciertos medios y tanques de pensamiento para favorecer la identificación con determinado tipo de personas. Por ejemplo, en las guerras en el Medio Oriente, un muerto europeo es noticia; un muerto árabe, no. La vida vale según la nacionalidad de la víctima. En Iraq, en 2003, mientras miles de personas morían a causa de la violencia, la población solo tenía energía eléctrica unas horas al día, entre otras cosas, por la destrucción de los bombardeos. Ese mismo año, en julio, Nueva York tuvo el recordado apagón. A pesar de que en esta ciudad la falta de energía no simbolizaba una amenaza mayor y que en la capital iraquí la ausencia de electricidad era uno de los efectos del infierno en que se había convertido el país, Nueva York fue portada de los medios occidentales durante varios días. En cambio, ni la falta de energía eléctrica ni la carnicería diaria en Bagdad coparon las portadas de los medios occidentales.
Los graves daños y la pérdida de vidas humanas ocasionados por Sandy en Estados Unidos son lamentables y merecen nuestra solidaridad. Sin embargo, es obligatorio cuestionar un despliegue mediático que invisibiliza a las víctimas del mismo fenómeno natural en otros países cuya capacidad de recuperación es mucho menor y que, además, sufren permanentemente por la catástrofe de la pobreza. Así como no hay dignidad humana parcial, tampoco hay auténtica solidaridad si esta solo atiende a unos y se desentiende de tantos otros.