Las tradicionales preocupaciones por la inseguridad, la violencia y la economía, sin dejar de ser importantes, han pasado a un segundo plano por la pandemia. El número de contagiados y fallecidos calan profundo en la población. Las familias de los que se van se sumen en un profundo dolor por no poder despedir a sus seres queridos apropiadamente. Los trabajadores de la salud combaten el virus sin contar con todo el equipamiento necesario y cargando a sus espaldas el agobio de enfrentar la muerte a diario y ver partir en el camino a compañeros y compañeras. El estrés, la ansiedad, la depresión y diversos problemas psicológicos están haciendo mella en cada vez más personas. Y a ello se añade la crisis económica, con la consecuente pérdida de empleos y el aumento de hogares en situación de pobreza.
Y en este momento crítico, los que dirigen el país le fallan a la gente. Cuando más unidad y cooperación urge entre las autoridades, sus pasos van en sentido contrario. Lo visto esta semana evidencia que a demasiados de ellos solo les importa la campaña electoral. Sus actitudes revelan profunda insensibilidad ante el sufrimiento. GANA desnuda en público sus miserias y su perverso modo de hacer política, que incluye el uso de armas. En Arena, las denuncias de un posible fraude en las internas y el comportamiento de los diputados cercanos a Nayib Bukele muestran la preeminencia de las urgencias electorales por sobre las de salud, tal como también sucede en el caso de los funcionarios del Gobierno que se valen de sus cargos para publicitar sus candidaturas. Aunque por el momento el FMLN se cuida de guardar las formas, no escapa a algunos de estos vicios.
Esta priorización de la política electoral añade tinieblas a un panorama de por sí gris. Los llamados a que los poderes del Estado se pongan de acuerdo para garantizar la salud de la población no encuentran eco. La necesaria coordinación entre ellos está prácticamente rota. La pretensión de centralizar las facultades y decisiones ha dado la pauta para fundados reclamos e iniciativas por parte de alcaldías, que ven cómo la situación se agrava en sus municipios mientras el Gobierno se enrosca en caprichos. Algunos ediles han planteado propuestas alternativas para ayudar a su gente e intentar mejorar el desastroso escenario que vivimos. Sin embargo, esas iniciativas han sido bloqueadas por los turbios intereses de los poderes superiores.
Tanto el presidente y su gabinete como los partidos políticos mayoritarios no solo evaden la responsabilidad que deberían asumir en esta crisis, sino que fomentan actitudes que abonan a la polarización social, que ya ha tomado dimensiones alarmantes. No se ve luz al final del túnel. Por el momento, la única y verdadera esperanza está en la población que lucha y echa el hombro día a día, que cuida con esmero de los suyos y se preocupa por los demás. Esos salvadoreños buenos y generosos a los que los políticos electoreros han dejado en el abandono.